Ayudando a las familias a prosperar en el asentamiento de refugiados más grande del mundo
Dos años después de que miles de personas refugiadas rohingyas huyeran a Bangladesh, se está avanzando en la mejora de aspectos como nutrición, alojamiento, saneamiento, atención médica y registro, pero sigue habiendo desafíos.
La refugiada rohingya Sahera cosecha una calabaza que creció junto a su albergue en Kutupalong, Bangladesh.
© ACNUR / Kamrul Hasan
La refugiada rohingya Sahera sonríe al ver los brotes verdes que emergen del suelo en su huerto en Kutupalong, al sudeste de Bangladesh. Para ella, es más que la promesa de alimentos frescos para sus tres hijos: Es un recuerdo de su hogar.
A través de un proyecto único creado por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y su asociada BRAC, mujeres como Sahera pueden volver a plantar y recolectar sus propias cosechas. El proyecto comenzó en 2018 con 100 agricultores y está en expansión.
En el jardín de Sahera crecen espinacas y calabazas, las favoritas de Fatema, su hija menor. La cosecha de la familia ha sido tan abundante que no han podido consumirla entera en su pequeño hogar.
“No solo tenemos vegetales para nosotros, sino que a menudo los compartimos con nuestros vecinos”, nos cuenta. “Si nos sobran verduras, las vendemos a tiendas cercanas”.
“No solo tenemos vegetales para nosotros, sino que a menudo los compartimos con nuestros vecinos”.
El proyecto de agricultura es uno de los numerosos programas disponibles actualmente para mejorar las vidas de los habitantes de Kutupalong, que acoge a más de 630.000 personas refugiadas rohingyas como Sahera y Fatema. En total, más de 900.000 personas refugiadas rohingyas están acogidas en asentamientos de la región. La mayoría, unos 740.000, huyeron de la violencia que surgió en Myanmar en agosto de 2017.
En estos dos años desde que una gran cantidad de personas llegó bajo el azote de los monzones, ACNUR y sus socios han pasado de prestar una asistencia inmediata para salvar vidas, incluyendo albergue, agua e instalaciones de saneamiento y acceso a atención médica, a proporcionar una respuesta más amplia centrada en las personas refugiadas.
“El primer año nos centramos en salvar vidas, asegurándonos de suministrar los servicios y materiales básicos que hacían falta para que las familias sobrevivieran a la temporada del monzón, pero también intentando que se recuperaran de los peligros del viaje”, cuenta Óscar Sánchez Pineiro, coordinador sénior de sector y en el terreno en Cox’s Bazar.
“Ahora, en el segundo año nos estamos centrando más en la creación de capacidad para que las propias personas refugiadas puedan hacer muchas de estas cosas por sí solas. Estamos poniendo a las personas refugiadas en el centro de la respuesta para prestar servicios, actualizar alojamientos y mejorar infraestructuras”.
Además de proporcionar alimentos frescos y saludables, uno de los principales objetivos del proyecto consiste en reducir los efectos de la deforestación y la erosión en esta área del sudeste de Bangladesh, que se ha visto acelerada ante la presencia de tantas familias en una zona reducida.
Las personas refugiadas rohingyas también están asumiendo papeles fundamentales en otras actividades vitales, como el impulso para prestar atención médica a la población refugiada, ofreciendo una serie de servicios que van desde la nutrición hasta el cuidado perinatal y la salud mental.
"Estamos poniendo a las personas refugiadas en el centro de la respuesta para prestar servicios, actualizar alojamientos y mejorar infraestructuras”.
Jubaida Khtun se desempeña de forma voluntaria como trabajadora sanitaria comunitaria en Gonoshastho Kendra, una organización bangladeshí que colabora con ACNUR en cuestiones sanitarias. Recorre uno a uno los alojamientos de los enormes asentamientos, que cubren un área de 13 kilómetros cuadrados, para informar acerca de los servicios disponibles.
“Reunimos a grupos de mujeres para discutir cuestiones de salud”, explica. “Les preguntamos cómo se sienten, y si se encuentran mal les recomendamos qué deben hacer”.
Los trabajadores de divulgación comentan las necesidades sanitarias más inmediatas, así como problemas persistentes que las personas refugiadas puedan tener en relación con su salud mental y su bienestar, a menudo derivados de la violencia y la persecución que la minoría apátrida sufrió en Myanmar.
“Vinimos (desde Myanmar) porque estábamos sufriendo. Ayudo a la gente en su angustia para que puedan ser felices… por eso me gusta tanto ayudar”, dice.
ACNUR está también trabajando para registrar a todas las personas refugiadas. Hasta ahora se ha registrado a más de 500.000 personas refugiadas rohingyas procedentes de Myanmar en un ejercicio de colaboración entre las autoridades de Bangladesh y la Agencia de la ONU para los Refugiados.
Las tarjetas de registro refuerzan la protección de las personas refugiadas en Bangladesh, puesto que las ayudan a determinar su derecho al retorno en caso de que decidan que las condiciones son propicias para ello. Las tarjetas indican claramente que su país de origen es Myanmar. El registro garantiza además una prestación precisa y selectiva de ayuda y servicios a las personas refugiadas.
Otros proyectos en marcha apoyan también a las comunidades de acogida bangladeshíes de la zona. Incluyen reparaciones en edificios públicos, mejoras en el acceso a tratamientos médicos para familias locales e incluso el suministro de materiales para ayudar a las personas más necesitadas a impermeabilizar sus hogares de cara a la temporada de monzones, que riega la zona de mayo hasta octubre.
Si bien se han dado enormes pasos en el apoyo y la mejora de las vidas de las personas refugiadas y sus comunidades de acogida, siguen existiendo desafíos. A finales de julio, ACNUR y sus socios que trabajan en la respuesta conjunta para los refugiados en Bangladesh habían recibido 318 millones de dólares, poco más de la tercera parte del total de 920 millones necesarios para 2019.
Un factor clave de cara al futuro es la educación de las personas refugiadas rohingyas, más de la mitad de las cuales (55%) son menores de 18 años, un 41% de ellos con 10 años o menos. Cerca del 36% de los niños y niñas rohingyas de entre 3 y 14 años se quedan sin acceso a una educación primaria, mientras que más del 96% de personas refugiadas rohingyas de entre 15 y 24 años no participan en ninguna actividad de formación. Para los que consiguen estudiar, no existen planes de estudio reconocidos.
En colaboración con sus socios, ACNUR ha ayudado a construir, dotar de personal y gestionar 426 aulas, 58 clubes de adolescentes y 1.204 centros comunitarios de desarrollo infantil temprano. Además, a lo largo de los dos últimos años ACNUR ha contratado a 1.257 profesores tanto en la comunidad rohingya como en las ciudades colindantes en el sudeste de Bangladesh. La educación es una enorme preocupación para muchos padres y madres.
Hamida Begum, madre de un niño pequeño, dice: “espero y rezo para que mi hijo tenga la oportunidad de recibir una educación cuando crezca”.