"Mi nombre es Mustafá y tengo 18 años. Tuve que huir de Irak junto a mi familia hacia el Líbano cuando tenía 11 años. Mis padres, mis cinco hermanos y hermanas y yo compartíamos con un desconocido un apartamento de una sola habitación. Mi padre encontró un trabajo como mozo en una estación de autobuses, pero no ganaba lo suficiente como para mantener a toda la familia. Apenas teníamos para comer, por lo que me tuve que poner a trabajar.
Trabajé como vendedor de zapatos, carpintero, dependiente de una tienda de comestibles y portero. Me humillaban constantemente en el trabajo, sobre todo cuando trabajaba como portero. Los vecinos del edificio me trataban con desdén, e incluso los chicos de mi edad me trataban como un esclavo.
Desde que salí de Irak sólo pensaba en una cosa: poder volver a la escuela. Estaba dispuesto a luchar con todo lo que tenía para lograrlo. Tengo miedo de que durante este tiempo se me haya olvidado leer y escribir."
Un socio de ACNUR buscó financiación para que Mustafa pudiera pagar las clases en la escuela. A sus 16 años se matriculó de nuevo en 5º grado, compaginando sus estudios con un trabajo a tiempo parcial. El caso de Mustafa es muy común entre la población iraquí refugiada en Líbano. El absentismo escolar es un serio problema entre los refugiados en Líbano, donde apenas se supera el 33% de alumnos matriculados en secundaria.