Refugiado hondureño en México
“Mi nombre es Antonio, soy hondureño y tengo 16 años. Desde pequeño supe que era diferente, por esta razón empecé a tener problemas con mi familia, especialmente con mi papá. Empezó a notar conductas que para él eran extrañas en un hombre. Decía que mi conducta estaba mal que, yo había nacido varón y tenía que, actuar como tal. Solía golpearme con puños, palos o con su cinturón, incluso a veces me lanzaba piedras. Insultaba a mi madre y le pegaba, le decía que ella era la culpable de que yo fuera así, un niño que le gustara jugar con muñecas, hacer la comida, y las cosas del hogar. Además, el poblado rural donde crecí consideraba a los homosexuales como anormales y por esto sufría muchos abusos. Las cosas nunca cambiaron y por eso cuando cumplí 14 años abandoné la escuela y me fui de mi casa.
Trabajé en varias boutiques y tiendas de ropa en diferentes pueblos, pero por más que ocultara mi homosexualidad la gente se daba cuenta y terminaba despidiéndome.
Al final, tuve el valor de dejar Honduras y llegué a Tapachula, en México, donde fui asegurado por las autoridades migratorias y enviado a la estación migratoria. Ahí conocí a una oficial de protección a la infancia del Instituto Nacional de Migración. En México aprendí a bordar y ya estoy vendiendo mantitas bordadas para ahorrar un poco de dinero y enviárselo a Mamá.”
Pocos se han puesto en los zapatos de Antonio y se han sentido maltratados, discriminados y amenazados. Casos como este son poco frecuentes, pero merecen la misma protección que promueve ACNUR con otros casos más habituales.