Refugiado liberiano en Colombia
"En 1996 mi país estaba en guerra civil. La oposición reclutaba personas masivamente, y les daba armas para que apoyaran su causa, aunque fuese a la fuerza. Por ello, quienes decidían abiertamente no ayudarlos eran asesinados. Debido a esta represión política, nadie podía expresar sus pensamientos. Por eso me cansé y decidí huir con mi hermana, la única familia directa que me quedaba.
Cruzando la frontera Liberia-Guinea los rebeldes nos atraparon. Sin reparo alguno, violaron a mi hermana frente a mí, y nos obligaron a irnos con ellos. En un descuido, les perdí de vista, cuando estaba entre un grupo de personas que estaba cruzando la zona. No pude rescatar a mi hermana, pero me tocó seguir corriendo para salvar mi vida. Así es como llegué a Guinea, donde me escondí en un barco carguero y tras tres semanas logré llegar a Cartagena... Una vez allí conocí un chico americano que tenía familiares colombianos y pagó mi billete a Bogotá".
Al llegar a Bogotá, Sam visitó la Cruz Roja, de donde lo enviaron a ACNUR. Los funcionarios lo apoyaron en su solicitud de asilo, a la cual le respondieron positivamente tras varios meses. Gracias a la ayuda de ACNUR, Sam pudo estudiar español, sostenerse con un subsidio y posteriormente recibir un apoyo para empezar su negocio de videojuegos. Hoy trabaja en el comercio de víveres, lo que le más gusta hacer. Gracias a ello, Sam pudo darle estudios a su hijo de cinco años y medio. Además, tiene su propia casa, que consiguió gracias a un subsidio del Gobierno Nacional. Sin embargo, desde que salió de su país no ha vuelto a saber nada de su hermana.
Pocos se han puesto en los zapatos de Sam. Pocos han tenido que huir para salvar su vida. En la actualidad hay cerca de 200 refugiados en Colombia. Muchos de ellos no han tenido más opción que abandonar su país para empezar de nuevo.
Ponerte en los zapatos del otro es el primer paso para construir la paz.