Refugiado butanés en América
“Decidí reasentarme porque no me quedaba otra opción. A mi mujer Sita le preocupa el cambio. Todo el mundo no hace más que hablar de América. Lo hacemos por el bien de nuestros hijos. Ellos ya están preparados para marcharse. Mi hija Jamuna tiene 16 años y es la mayor de nuestros tres hijos. Le cuesta trabajo controlar la emoción que siente. Nunca ha visto un ordenador; da vergüenza decir eso en el mundo de hoy. Además, lo que aprende aquí, en el colegio, son conocimientos teóricos, por eso tiene tantas ganas de ir a América y seguir estudiando...”
Las niñas no pudieron contener el llanto mientras preparaban su equipaje y su madre tuvo que consolarlas. El día del viaje, ellas abandonaron el campamento con los ojos enrojecidos y una sonrisa de cansancio dibujada en la cara. No estaban solos. Un grupo de amigos y familiares de más de 2.000 personas vinieron para desearos lo mejor.
“La ansiedad va creciendo y creciendo. Mi mujer ya ha comenzado a adaptarse a su nueva vida y ha sustituido su tradicional shalwar kameez por unos vaqueros y una blusa. El futuro es incierto..."
¡Qué difícil ponerse en los zapatos de Jay y saber que no puede emprender el viaje junto a su familia!. Pocos saben qué es irse sin sus seres queridos. Más de 107.000 refugiados procedentes de Bután han estado viviendo en los siete campamentos al este de Nepal desde que se desataran las tensiones étnicas a principios de 1990. Durante siete años han esperado la oportunidad de poder regresar a casa.