Los niños y las niñas enfrentan nuevos peligros en los asentamientos de refugiados en Uganda
Docenas de niños y niñas separados y no acompañados que huyen de la guerra en Sudán del Sur llegan todos los días a Uganda.
ASENTAMIENTO DE REFUGIADOS IMVEPI – A la sombra de un árbol de teca, el adolescente Kenyi John se sienta en una estera con sus cuatro hermanos y levanta su brazo. Tira un dado a una tabla colorida y los niños se ríen y aplauden. Él ha anotado un seis y su juego de mesa puede comenzar.
Kenyi, de 17 años, y sus hermanos y hermanas menores se encuentran entre los más de 5.000 niños refugiados sursudaneses no acompañados que huyeron de la guerra civil de su país y llegaron a Uganda sin sus padres. En julio, salieron de su aldea con su tío y caminaron durante siete terribles días hasta que llegaron a la frontera.
"El viaje fue tan difícil", dice Kenyi. "El sol estaba muy caliente y tuvimos problemas para encontrar comida y agua. También nos encontramos con soldados y rebeldes en el camino. Nuestro tío decidió regresar, pero continuamos porque queríamos ir a la escuela".
El año pasado, llegó a Uganda un número sin precedentes de refugiados de Sudán del Sur, que ahora se estima en más de un millón. El número de niños no acompañados o separados de sus padres también ha seguido creciendo.
"El viaje fue tan difícil."
"El número de niños refugiados que viajan solos para escapar de los enfrentamientos está aumentando en niveles alarmantes", dice Suwedi Yunus Abdallah, especialista en protección infantil del ACNUR.
"Muchos de estos niños vieron morir a sus familiares o quedaron separados de ellos cuando huyeron. Se han visto forzados a tener un estilo de vida adulta, al tener que hacerse responsables de sí mismos y de sus hermanos".
Al llegar a la frontera de Uganda, el ACNUR y sus socios, incluida la organización no gubernamental World Vision, identifican a los niños no acompañados, los entrevistan y determinan su condición.
Debido a que Kenyi tiene 17 años, se decidió que era lo suficientemente mayor para actuar como cabeza de familia y que la familia viviría de forma independiente. Les dieron una parcela de tierra, materiales para construir un albergue y utensilios de cocina.
"Obtenemos donaciones de alimentos y vamos a la escuela", dice. "Y me aseguro de que todos trabajen juntos en casa para recolectar madera y agua, para que nuestra hermana pueda cocinar nuestra comida".
"Muchos de estos niños vieron morir a sus familiares."
Los socios del ACNUR como World Vision, Save the Children y el Consejo Danés para los Refugiados envían trabajadores sociales para supervisar a los hogares encabezados por niños.
La escasez de personal y el tamaño de los asentamientos dificultan la realización de visitas regulares y coordinadas. Como resultado, los niños corren el riesgo de verse expuestos a peligros y abusos, como enfermedades, violaciones, embarazos, matrimonios forzados y reclutamiento forzado para la esclavitud sexual o grupos armados.
Los socios de protección infantil de ACNUR han trabajado con comunidades y grupos de bienestar infantil para crear bancos adoptivos, familias que están dispuestas a cuidar a niños pequeños que no pueden cuidar de sí mismos. Los padres adoptivos temporales, que son voluntarios, son examinados y firman un acuerdo para cuidar a los niños.
"No queremos separar familias, así que tratamos de mantener a los hermanos juntos", dice Evelyn Atim, coordinadora de protección infantil de World Vision. "Si los niños no son felices en un hogar de crianza, tienen derecho a irse".
"Los padres adoptivos temporales también son refugiados, por lo que los apoyamos brindando una donación en efectivo por única vez, artículos personales básicos para los niños acogidos, artículos para el hogar y una granja improvisada para toda la familia".
En el asentamiento de refugiados más grande del mundo, Bidi Bidi, Betty Leila, de 32 años de edad, acoge a seis niños, además de sus cuatro hijos y dos de sus sobrinas. Betty huyó de Sudán del Sur el año pasado con sus hijos y sobrinas. Durante su viaje, se encontraron con seis niños no acompañados, de entre 10 y 16 años, escondidos en un automóvil quemado. Se unieron al grupo de Betty y, cuando llegaron a la frontera con Uganda, ya habían formado un lazo con sus hijos.
"Los recibí porque no tenían a nadie y no tenían adónde ir", dice Betty. "Es una mezcla de dificultades y alegría mantener a estos niños porque es difícil satisfacer todas sus necesidades básicas. Cuando necesitan medicamentos, ropa o útiles escolares, me miran. Trabajo como cuidadora en un espacio amigable para niños para ganar dinero extra, pero a menudo necesito pedir prestado a mis vecinos para comprar comida".
A fin de mejorar las condiciones para las familias más vulnerables en el asentamiento de Imvepi en el norte de Uganda, el ACNUR decidió realizar pagos en efectivo a unas 463 familias para fines de 2017, incluidas las familias de acogida y los hogares encabezados por niños.
Un primer pago ayuda a pagar las necesidades y un segundo va hacia la capacitación y el financiamiento de las familias para comenzar sus propios negocios.
Mientras continúa la guerra en Sudán del Sur, el gobierno ugandés y el ACNUR buscan más fondos de la comunidad internacional para hacer frente a la afluencia de refugiados, proporcionar educación, así como atención médica y psicosocial para los niños, que constituyen más del 60 por ciento de las nuevas llegadas.
En el terreno de Kenyi, donde el juego de mesa está en pleno apogeo, él y sus hermanos han olvidado temporalmente sus problemas. A medida que mueven sus contadores alrededor del tablero, vuelven a ser niños, a salvo en un lugar que ahora llaman hogar.
Por Catherine Robinson