"Yo lo comprendo. Yo les digo: Por favor no se rindan"

ACNUR cuenta con más de 11.500 funcionarios. Conoce a Oleksandra Lytvynenko, quien usa su propia experiencia de desplazamiento para ayudar a las personas desarraigadas por el conflicto en Ucrania.

Oleksandra Litvinenko, Oficial de Protección de ACNUR, en un evento del Día Mundial del Refugiado en Luhansk.
© ACNUR/Yevgeny Gusev

Nombre: Oleksandra Lytvynenko, 41 años, de Luhansk, Ucrania

Puesto: Oficial Asistente de Protección. Cuatro años trabajando con ACNUR en el este de Ucrania, azotado por el conflicto, de la ciudad de Sievierodonetsk.

¿Por qué quisiste ser trabajadora humanitaria?

Cuando estalló el conflicto armado en el este de Ucrania en 2014, tuve que huir para salvar mi vida. Esa experiencia me llevó a querer ayudar a otras personas desarraigadas por la guerra.

Luhansk, la ciudad donde vivía, comenzó a ser bombardeada ese verano y no era un lugar seguro. En agosto pasé diez noches en mi sótano. No teníamos electricidad ni agua, y hacía frío, así que me vestí con ropa abrigada para poder dormir allí. No había conexión móvil, así que no sabía lo que estaba sucediendo afuera. Fue aterrador. Por eso decidí irme.

Cuando salí de Luhansk, tomé una maleta llena de ropa de verano. Mucha gente pensó que solo nos iríamos por unas semanas. Como unas vacaciones. Lloré mientras cruzaba el punto de control en territorio controlado por el gobierno.

En Svatove [a tres horas en auto desde la ciudad de Luhansk], necesitaba un nuevo trabajo para poder ganar dinero y apoyar a mis padres. Solicité diferentes puestos en todo Ucrania, pero como persona desplazada interna (PDI) no fue fácil encontrar un trabajo.

Algunas veces visitaba a otras personas desplazadas y me encontraba con el personal de ACNUR que los estaba ayudando. Les conté cómo vivían los desplazados internos y qué necesitaban, porque sabía lo que era ser desplazada. Eventualmente, ACNUR me ofreció un trabajo.

Ahora trato de contarles a todos sobre mi experiencia personal. Les digo: por favor, no te rindas, trata de luchar.

Oleksandra habla con personal de ECHO y ACNUR durante una distribución enin Kreminna, Luhansk.   © ACNUR/Yevgeny Gusev

¿Cuál es la cosa más demandante/gratificante en tu trabajo?

A finales del año pasado, un récord de 68,5 millones de personas en todo el mundo habían sido desplazadas por la guerra y la persecución. Esto incluía a 40 millones de desplazados internos, que permanecen desplazados dentro de las fronteras de sus países de origen.

Puedo usar mis propias experiencias como desplazada interna para ayudar a otros. Por ejemplo, no sabía que cuando saliera de mi casa necesitaría cosas como ropa de cama. Después de unirme al ACNUR, pude aconsejar exactamente qué es lo que más necesitan las personas desplazadas.

Mi experiencia laboral anterior también ha sido muy útil porque para ACNUR, la protección lo es todo, y trabajé durante diez años con diferentes organizaciones sociales. Ahora puedo aplicar todo este conocimiento en mi trabajo en ACNUR.

¿Cuál fue tu peor día en el trabajo?

Para mí, lo peor son los días que escucho que han muerto personas. Especialmente si les hemos brindado apoyo. Por ejemplo, habíamos visitado a una pareja de adultos mayores que había recibido ropa de invierno y asistencia en efectivo de ACNUR, a través de nuestro socio, Proliska. Un par de semanas después, Proliska me informó que el hombre había muerto. Sentí un vacío. Visité a su esposa para mostrarle que no está sola.

Es difícil hablar con las personas sobre sus pérdidas. La pareja vivía en un lugar llamado Schastiya (‘felicidad’) en la línea de contacto. Se conocieron de niños y no se habían visto en 20 años. Entonces la mujer se desplazó cuando comenzó el conflicto. Era como Romeo y Julieta.

¿Cuál fue tu mejor día?

Recuerdo una vez durante mis primeros días de trabajo para ACNUR cuando nuestra oficina distribuía ropa de invierno para los desplazados internos. Fue a finales de octubre de 2014. Una joven con tres niños se acercó a nosotros hacia el final de la distribución. Sus hijos estaban vestidos con chaquetas livianas de gran tamaño, que no los protegían del clima frío. Fue una suerte que aún tuviéramos algunas chaquetas abrigadas para sus hijos. Todos teníamos lágrimas en nuestros ojos en ese momento. Y me sentí feliz y satisfecha con el trabajo que estaba haciendo, porque fue una gran ayuda para las personas vulnerables afectadas por el conflicto.

Poco después, la señora se convirtió en voluntaria local y comenzó a ayudar al ACNUR a hacer distribuciones como estas. Me hace aún más feliz saber que cuatro años después de nuestra primera reunión, ella tiene un trabajo y se está integrando en su nueva aldea, mientras que al comienzo de su desplazamiento solo tenía tres chaquetas para sus hijos.

Quiero creer que las cosas mejorarán. Seguiremos intentando. ¡En ACNUR somos optimistas! Y tal vez algún día volveré a mi casa.