Salvar vidas en el campamento de refugiados más grande del mundo

ACNUR y sus socios proporcionan atención sanitaria de emergencias las 24 horas para personas refugiadas rohingyas en el sudeste de Bangladesh.


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Rajuma se puso de parto en un refugio con el techo de plástico dentro del asentamiento de refugiados más grande del mundo. Hacia las 11 de la noche el dolor se hizo insoportable; por suerte, tenía ayuda a mano.

Su marido Mohammed Aiyub la condujo a toda velocidad por el laberinto de callejas hasta el centro de atención primaria 24 horas cerca de Kutupalong, en el sudeste de Bangladesh, donde médicos y enfermeros le dieron la atención y la confianza que necesitaba para gestionar un parto complicado.

“Me dolía mucho pero no tenía miedo porque vi todas las máquinas y el personal médico y las matronas parecían muy bien preparados”, dice Rajuma mientras acuna a su hija, que nació a las siete de la mañana siguiente. La joven madre de 18 años está cansada pero feliz.

El centro en el que se encuentra dispone de 10 camas y cuenta con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y del Fondo de Población de las Naciones Unidas. Su gestión corre a cargo de dos asociados locales: Research, Training and Management International (RTMI) y Gonoshasthaya Kendra (GK).

La clínica es uno de los nueve centros de atención primaria que apoya ACNUR y que ahora permanecen abiertos 24 al día, 7 días a la semana, de modo que proporcionan servicios que salvan vidas a personas refugiadas rohingyas como Rajuma. Otros 14 puestos de atención sanitaria proporcionan servicios diurnos y derivación a clínicas.

“Me dolía mucho pero no tenía miedo porque vi todas las máquinas”.

Dan servicio al casi un millón de personas refugiadas rohingyas que viven en los grandes asentamientos improvisados, más de 740.000 de los cuales huyeron de las severas medidas impuestas por el gobierno de Myanmar en 2017 tras décadas de marginación y abusos a esta minoría musulmana apátrida.

Rajuma nos contó que, como rohingya, era muy difícil acceder a las instalaciones de salud pública en Myanmar. Por razón de su etnia, a menudo les pedían sobornos o costes adicionales por darles tratamiento en clínicas u hospitales públicos, algo que su familia no se podía permitir.

“Una de mis amigas murió mientras daba a luz a su primer hijo en Myanmar”, recuerda. “No tenía acceso a la clínica pública. La partera tradicional que la ayudó con el parto en casa no tenía formación médica”.

  • Sarmin Aktar Sathi, enfermera en la clínica 24 horas de Kutupalong, trata a Mohammad Sharif, un paciente que todavía muestra las cicatrices de la violencia que le hizo huir de Myanmar en 2017.
    Sarmin Aktar Sathi, enfermera en la clínica 24 horas de Kutupalong, trata a Mohammad Sharif, un paciente que todavía muestra las cicatrices de la violencia que le hizo huir de Myanmar en 2017.  © ACNUR/Iffath Yeasmine
  • Rajuma acuna a su hija recién nacida al tiempo que recibe cuidados posparto en el centro de atención primaria 24 horas en Kutupalong (Bangladesh).
    Rajuma acuna a su hija recién nacida al tiempo que recibe cuidados posparto en el centro de atención primaria 24 horas en Kutupalong (Bangladesh).  © ACNUR/Iffath Yeasmine
  • Las ambulancias de algunas clínicas están ahora de guardia las 24 horas del día en Kutupalong.
    Las ambulancias de algunas clínicas están ahora de guardia las 24 horas del día en Kutupalong.  © ACNUR/Areez Tanbeen Rahman
  • El técnico de laboratorio Mohammad Fazle Rabby trabaja en el turno de noche de la clínica 24 horas de Kutupalong.
    El técnico de laboratorio Mohammad Fazle Rabby trabaja en el turno de noche de la clínica 24 horas de Kutupalong.  © ACNUR/Areez Tanbeen Rahman

Desde que comenzó la crisis de los refugiados rohingyas hace casi dos años, ACNUR, sus ONG asociadas y otras agencias de las Naciones Unidas han colaborado estrechamente con el Ministerio bangladesí de Sanidad y Bienestar Familiar y con las autoridades locales para aumentar la magnitud de su asistencia y proporcionar atención sanitaria básica a las personas refugiadas.

ACNUR prestó su apoyo para que las instalaciones de atención sanitaria básica ofrecieran 482.000 consultas en 2018 a personas refugiadas en los asentamientos, sin coste alguno para ellas. La agencia y sus asociados también formaron a 309 personas refugiadas como trabajadores sanitarios comunitarios voluntarios que van casa por casa con la misión de concienciar en materia de salud y nutrición.

Lo que realmente ha supuesto un gran avance ha sido expandir los servicios para poder prestar asistencia sanitaria de noche. Cuenta con la ayuda de un servicio de ambulancias 24 horas disponible por prescripción facultativa, con las cuales se puede transportar a enfermos críticos a servicios hospitalarios más allá de los asentamientos de refugiados. Los costes en que se incurre en las instalaciones fuera del campamento corren a cargo de ACNUR.

“Estos centros de atención primaria constituyen la espina dorsal de nuestra respuesta sanitaria”, dice Óscar Sánchez Piñeiro, coordinador técnico sénior en el terreno con ACNUR en Cox’s Bazar. “Y las instalaciones que operan toda la noche proporcionan un servicio fundamental para las personas refugiadas aquí en Kutupalong”.

“Se han producido al menos siete muertes maternas en la comunidad como consecuencia de complicaciones en el parto… de modo que estos centros son muy importantes para permitir que las mujeres refugiadas den a luz de manera segura”, añade.

Pese a los niveles récord de desplazamiento global y las afluencias continuadas de personas refugiadas, el ACNUR y sus asociados consiguieron atender el año pasado a unos 10,5 millones de personas refugiadas en todo el mundo a través de servicios de atención sanitaria pública, según se desprende del Informe Anual de Salud Pública 2018, publicado hoy.

Entre los progresos efectuados en 2018 se observa un descenso continuo en todo el mundo de las tasas de mortalidad en niñas y niños refugiados menores de cinco años, lo cual constituye un importante indicador de impacto sanitario en situaciones de emergencia.

La inversión en atención sanitaria efectuada por todas las agencias humanitarias ha tenido un importante impacto en los asentamientos de refugiados en el sur de Bangladesh, donde la tasa bruta de mortalidad –utilizada para determinar la tasa de defunciones per cápita– descendió un increíble 70% en 2018 con respecto al año anterior.

“Las instalaciones que operan toda la noche proporcionan un servicio fundamental para las personas refugiadas”.

“Hemos hecho enormes esfuerzos para proporcionar atención sanitaria a todas las personas que la necesitan, salvando vidas y marcando la diferencia cada día”, dice Sandra Harlass, oficial sénior de salud pública de ACNUR. “En Myanmar la mayoría de las mujeres daba a luz en casa. Los centros sanitarios eran escasos, las tasas de vacunación extremadamente bajas y había niveles elevados de malnutrición severa”.

“Sigue quedando trabajo por hacer, puesto que solo un tercio de las mujeres da a luz en instalaciones sanitarias. Estamos colaborando con las propias personas refugiadas en calidad de asociadas. Participan como trabajadores para labores de divulgación en las comunidades y se incorporan a los comités de sanidad. Esto nos ayuda a comprender mejor las necesidades de las personas refugiadas y abordarlas mejor. Cambiar los patrones de comportamiento de búsqueda de atención sanitaria es un proceso largo, pero cuando las personas refugiadas hablan entre sí todo es mucho más fácil”, añade.

De vuelta en el centro de atención sanitaria de Kutupalong, Rajuma y su hija recién nacida se acomodan para pasar una segunda noche en la clínica bajo la supervisión de la enfermera Sarmin Aktar Sathi.

“Muchos pacientes siguen teniendo las cicatrices de la violencia sufrida en Myanmar”, nos cuenta. “Para mí, servir en este centro de atención sanitaria es más que un trabajo. Los casos urgentes no pueden esperar a que salga el sol, así que las clínicas nocturnas son una salvación”.

Por lo que a ella respecta, Rajuma está agradecida por la atención recibida. “Creo que es una bendición haber recibido los cuidados y el afecto que me dan aquí. Al venir a Bangladesh hemos podido experimentar un gran cambio en nuestras vidas.  Ahora pienso: las madres no tienen por qué morir, los bebés no tiene por qué morir”.