La nueva vida lejos de casa
La palabra "Upata" significa "mi tierra" en lengua de los indígenas guayanos y es también una ciudad ubicada al interior del Estado Bolívar, en Venezuela. Para Mary Carmen eso es, precisamente, lo que Upata significa: su lugar en el mundo, su tierra, la ciudad que la vio nacer y crecer.
"Nosotros siempre nos estamos riendo, pero es como que llevamos la cruz por dentro. Es un poquito doloroso, pero ahí, hay que darle para adelante, no tenemos más opción", dice Mary Carmen, quien tuvo que salir de Venezuela para poder costear el tratamiento médico de su madre, a quien le diagnosticaron una grave enfermedad.
© ACNUR/Luis Navarrete
“Venezuela es maravillosa. Extraño las aguas cálidas, el clima, las comidas y la energía de la gente”, dice Mary mientras camina por las áridas calles del norte de Chile. “En Venezuela, yo trabajaba como coordinadora de seguridad de una empresa, sin embargo, la situación en mi país se fue complicando y mi mamá tuvo un problema grave de salud que me obligó a salir para poder ayudarla”, cuenta esta joven de 28 años, titulada como técnica en higiene y seguridad industrial.
Fue así como, en julio de 2017, Mary Carmen aterrizó en el aeropuerto de Tacna, Perú, ubicado a más de 4500 kilómetros de su ciudad de origen. A su alrededor, sólo pudo ver un paisaje desértico con grandes cerros de tierras rojizas, muy distinto a las montañas verdes de Upata. Desde aquél lugar, Mary continuó su ruta por tierra hacia la ciudad de Arica, en Chile, donde se estableció e inició una nueva vida.
“Al tercer día de haber llegado, conseguí trabajo como garzona. Yo nunca había trabajado en ese rubro, así que no tuve otra opción que aprender”, dice riendo. “Me gusta trabajar atendiendo a personas. Creo que los venezolanos somos, en general, muy serviciales. Siempre preguntamos ¿qué necesitan? ¿En qué te puedo ayudar? Intentamos siempre que los que están a nuestro alrededor se sientan lo más cómodos posibles. Le estamos dando a Chile lo que quisiéramos darle a nuestro país pero en estos momentos no podemos”, reflexiona Mary. En la actualidad, trabaja en una cafetería ubicada en el centro de Arica, junto con otras dos personas de su misma nacionalidad.
“Nosotros siempre nos estamos riendo, pero es como que llevamos la cruz por dentro. Es un poquito doloroso, pero ahí, hay que darle para adelante, no tenemos más opción”, comparte Mary, quien no ha dejado de pensar ni un sólo día en su madre: todos sus esfuerzos son para cubrir los costos de su tratamiento médico. Uno de sus sueños es poder invitarla a pasar unas vacaciones en Chile junto a ella, para mostrarle cómo es el nuevo país en donde vive. “Quiero que ella sepa que estoy bien, que se quede tranquila y que tenga la seguridad de que aquí, en Chile, las personas me hacen sentir como en casa”, dice con nostalgia.
“Ha sido totalmente positivo. Incluso a veces siento tanto aprecio de las personas hacia mí que se me pone el nudo en la garganta…Son personas que nunca estuvieron en tu vida y ahora, de repente están y te aprecian (…). Me gustaría agradecerles a todas esas personas que, día a día, hacen que nuestra vida sea más llevadera, todas esas sonrisas que nos dan, todos esos ¡vamos sí se puede!”, agrega enfática.
Para el futuro, Mary Carmen sueña con quedarse en Chile y emprender con un negocio de pizzas a leña, una de sus comidas favoritas. Desea transformar su amor por esta comida en una nueva forma de salir adelante de forma creativa e innovadora. Tal como ella, en Chile, ya viven más de 288 mil* personas venezolanas llenas de sueños y proyectos a futuro, quienes sólo desean ser acogidas con una sonrisa y tener una oportunidad para reconstruir sus vidas en un nuevo país.
*Cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) de Chile