Dándolo todo para proteger a niños y niñas venezolanos vulnerables
Los niños y niñas venezolanos que llegan a Colombia se encuentran a menudo expuestos a abusos y con frecuencia están por debajo del peso apropiado.
Un niño venezolano compartiendo con una voluntaria del centro de cuido Corazón Sin Fronteras, en Bogotá.
© ACNUR/Stephen Ferry
Katrina Gómez*, de 14 años, podría haber estado a salvo en la escuela el día que dos hombres la agredieron en una playa pública de esta ciudad costera colombiana y la violaron. Pero ella y sus padres no sabían que ella tenía ese derecho.
En cambio, todos los días, mientras sus padres salían a vender arroz con leche y pasteles caseros en la calle, Katrina se tenía que encargar de cuidar a su hermano menor David* y las pocas pertenencias de su familia en ese lugar en la playa donde habían estado durmiendo durante los últimos ocho meses, desde que llegaron de su ciudad natal, cerca de Maracaibo, en Venezuela.
Un día de agosto, cuando su madre Paola* regresó de un largo día de trabajo, encontró a Katrina llorando sin parar.
“Me contó lo que pasó, pero no lo denunciamos por temor a ser deportados”, dijo Paola. Por ese mismo temor, no quiso intentar inscribir a sus hijos en la escuela local, aunque legalmente hubieran tenido derecho.
Hasta la fecha, alrededor de tres millones de personas refugiadas y migrantes han salido de Venezuela, donde los muchos desafíos incluyen escasez y graves dificultades económicas, junto a una compleja situación de derechos humanos y políticos.
“La solución más duradera para los niños y las niñas y sus padres será integrarse en sus comunidades de acogida”
Más de un millón de personas venezolanas se encuentran en la vecina Colombia, de las cuales más de 415.000 han recibido hasta ahora el Permiso Especial de Permanencia (PEP) emitido por el Gobierno. Sin embargo, muchas personas, como la familia de Katrina, siguen indocumentadas, lo que las hace particularmente vulnerables.
Finalmente, con la ayuda del equipo de protección de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, la familia de Katrina denunció la agresión y la niña pudo ser atendida por médicos y psicólogos. La familia recibió un alojamiento temporal en un hotel local, que hace parte de una red de hoteles que firmaron acuerdos con ACNUR para albergar a personas extremadamente vulnerables, al tiempo que se buscan soluciones más estables y duraderas.
“La solución más duradera para los niños y las niñas y sus padres será integrarse en sus comunidades de acogida, y parte de eso es lograr que tengan acceso a la educación”, explicó Jozef Merkx, Representante de ACNUR en Colombia.
El trauma del desplazamiento es particularmente duro para los niños y niñas.
En un centro de cuido infantil diurno llamado Corazón sin Fronteras, en la capital colombiana, Bogotá, un grupo de voluntarios ayuda a los niños y niñas venezolanos recién llegados a procesar el cambio repentino en sus vidas.
“Les ayudamos a entender esta etapa por la que están pasando y a reconocer que, a pesar de las circunstancias, son capaces de alcanzar grandes logros”, dijo Sandra Rodríguez, directora del centro. La Comunidad de Hermanos Maristas desarrolló y creó este proyecto que atiende niños y niñas entre los 5 y 14 años de edad durante 5 semanas, tiempo que le permite a los destinatarios fortalecer su experiencia de vida.
Una parte clave de ese programa es un colorido cuaderno de ejercicios desarrollado por ACNUR llamado “Mi viaje, un nuevo lugar” que utiliza dibujos, calcomanías y ejercicios de escritura para que los niños y niñas puedan expresar cómo vivieron la salida de su hogar, describir las cosas que podrían haber experimentado en el camino, y cuáles son sus condiciones de vida actuales.
Qué tan difíciles sean estas condiciones queda evidente por los cientos de picaduras de insecto en la cara, brazos y manos de Anderson, de 11 años. “¡Me pica por todas partes!”, se quejó, mientras trataba de colorear su libro de ejercicios y al mismo tiempo se rascaba frenéticamente. “Su familia está alquilando un cuarto en una casa que por lo visto está infestada de pulgas”, dijo Rodríguez, quien le pidió a una voluntaria del centro que le diera un poco de crema para calmar la irritación.
“Casi todos están cuatro o cinco kilos por debajo del peso apropiado para su edad y están por debajo de la altura promedio”
El centro también brinda chequeos gratuitos con un médico y un dentista, en los cuales a menudo se detectan casos de malnutrición, causados por la falta de acceso a alimentos básicos en el país de origen. “Muchos de los más pequeños nunca habían tomado leche antes, o comido carne”, dijo Rodríguez.
“Cuando llegan por primera vez, los pesamos y medimos”, dijo. “Casi todos están cuatro o cinco kilos por debajo del peso apropiado para su edad y están por debajo de la altura promedio”. Gracias a los desayunos y almuerzos balanceados que reciben en el centro, muchos logran ganar un kilo o dos durante su permanencia.
- Ver también: Cuatro millones de niñas y niños refugiados no tienen acceso a la educación, de acuerdo con un informe del ACNUR
Corazón Sin Fronteras también ayuda a los niños y niñas cuyas familias planean quedarse en Colombia a ponerse al día con el ciclo escolar local, al cual, gracias a una reciente directiva gubernamental, todos los niños tienen derecho “independientemente de su nacionalidad o estatus migratorio”.
Según comentó Merkx, a pesar de los avances, aún permanecen obstáculos para que los niños y niñas venezolanos tengan acceso a la educación en Colombia. Muchos distritos escolares requieren que los padres de los niños y niñas inscritos obtengan una residencia legal dentro de tres meses de la inscripción, o exigen documentos oficiales que certifiquen su nivel escolar, documentos que son extremadamente difíciles, si no imposibles, de obtener.
“Garantizar el acceso a las escuelas es la mejor manera para garantizar que los niños estén protegidos y puedan avanzar”, destacó Merkx.
*Nombres cambiados por motivos de protección.