Buscando la seguridad en Ruanda, un refugiado somalí encontró una oportunidad y el amor
Ali Abdi huyó del conflicto en Somalia hace veinte años y ahora, en la capital ruandesa, es un orgulloso padre y dueño de un negocio.
Ali Abdi, un refugiado de Somalia, sentado en su casa con su esposa en la capital de Ruanda, Kigali.
© ACNUR/Anthony Karumba
Mientras Ali Abdi va enérgicamente por un camino sinuoso hacia su tienda en la antigua zona industrial de Kigali, se detiene para saludar a la gente. Con fluidez en el idioma local, Kinyarwanda, el hombre de negocios somalí pasa fácilmente por un ruandés nativo. Después de todo, ha vivido en la capital de Ruanda durante dos décadas.
“A veces olvido que soy refugiado. Lo recuerdo solo cuando veo mi tarjeta o cuando alguien me llama refugiado”, dice.
Ali huyó de Mogadiscio hace 20 años, cuando estalló la guerra en Somalia y encontró protección en Ruanda.
“Cuando salí de Somalia estaba confundido, pero seguí adelante”, recuerda. “Cuando llegué a Ruanda, dejé de huir”.
Como muchos refugiados recién llegados, no estaba seguro de por dónde empezar. “Cuando vine aquí, no sabía el idioma”, agrega. A pesar de su inquietud, era muy independiente y creía que podía cuidarse solo.
“Sé que soy refugiado, pero también sé que puedo ser independiente y cuidarme a mí mismo”.
En Kigali, Ali tuvo una doble suerte: encontró un ambiente propicio que impulsó su agudo sentido empresarial y se encontró con Mukagashagaza, una mujer ruandesa que más tarde se convirtió en su esposa.
“Conocí a mi esposa y nos ayudamos mutuamente”, dice. “Ella es de este país, por lo que me ha enseñado mucho y ahora soy autosuficiente”.
Ali identificó formas de obtener ingresos y solicitó una tarjeta de identidad y una licencia comercial a través de la Junta de Desarrollo de Ruanda (RDB).
“Ruanda es un país pacífico y la gente no discrimina”, explica. “Me mezclé y, como me permitieron trabajar, decidí comenzar un pequeño negocio”.
Él empezó vendiendo teléfonos y otros productos en las calles de la ciudad y después de un tiempo, abrió una pequeña tienda donde vende productos básicos como comida empacada y productos de limpieza. Ali da crédito a Mukagashagaza por ayudarlo a navegar el nuevo ambiente y adaptarse a la vida en el exilio.
Su negocio está convenientemente localizado en la vieja ciudad industrial, donde transitan los camiones que transportan bienes desde Tanzania, Uganda y Kenia. Esto le asegura un suministro constante de bienes para su negocio, lo que se refleja en mayores ganancias. Al contar con una licencia para operar su negocio, Ali puede pagar impuestos a las autoridades ruandesas.
“Vivo como cualquier otro ciudadano de este país”, dijo él. “El Gobierno nos permite vivir y trabajar aquí y contamos con tarjetas de identidad, así que pagamos impuestos”.
Ruanda alberga a más de 150.000 personas refugiadas y ofrece oportunidades y un ambiente propicio para las personas refugiadas, al adoptar un enfoque integral e inclusivo para los refugiados.
Los refugiados como Ali tienen derecho a hacer negocios, acceder a servicios de salud y seguros, banca y educación. Con más de 12.000 refugiados que viven en ciudades como Kigali, dicho acceso está promoviendo su integración en las comunidades urbanas de Ruanda.
“Vivo como cualquier otro ciudadano de este país”.
El arduo trabajo de Ali a lo largo de los años ha dado sus frutos, permitiéndole a él y a su esposa ahorrar dinero para comprar tierras y construir una casa para su familia.
“Puedo llevar a mis hijos a la escuela y ya tengo una casa y una tienda”, dice con orgullo.
Ali agrega que los refugiados no tienen que vivir en campamentos solamente.
“Sé que soy un refugiado, pero también sé que puedo ser independiente y cuidarme a mí mismo”.
La pareja está enfocada en darles a sus hijos la mejor vida.
“Quiero que mis hijos estudien para que no enfrenten los mismos problemas que yo”, dice. “Debo asegurarme de que tengan una educación y que tengan una buena vida”.