Joven eritrea encuentra la armonía después de un desesperado viaje a Europa
Después de huir de su hogar, Kokob, de 16 años, encontró un consuelo en la música y en Europa, encontró la seguridad.
Kokob cuenta su historia a un trabajador de ACNUR en un centro de recepción para niñas no acompañadas en Pozzallo, Italia.
© ACNUR / Marco Rotunno
Cada vez que Kokob empezaba a perder la esperanza durante su largo y peligroso viaje a la seguridad, la música le ayudaba a seguir adelante.
“En algunos hangares en Libia nos dejaban cantar, susurrando”, recuerda la adolescente de 16 años. “En otros, todo estaba prohibido. Gracias a la música, mantuve mis esperanzas en alto durante mi terrible travesía”.
Kokob tenía 13 años cuando dejó atrás a Eritrea y a su familia. Después, pasó dos años en un campamento de refugiados en Etiopía, donde tomó la decisión de viajar a Europa. Un viaje que estuvo lleno de peligros.
Un nuevo informe del ACNUR muestra que más 1.600 personas han muerto o desaparecido mientras trataban desesperadamente de llegar a Europa.
“Mantuve mis ojos cerrados por el miedo”.
El informe muestra también que, aunque el número de personas que llegan a Europa por el Mediterráneo ha descendido, la tasa de mortalidad ha aumentado pronunciadamente, particularmente para quienes realizan la travesía a través del Mar Mediterráneo desde Libia, a menudo después de un terrible viaje por tierra.
Los recién llegados a Italia frecuentemente informan que fueron vendidos por un grupo armado a otro, siendo víctimas de tortura como parte de las demandas de rescate, obligados a pagar sumas de varios miles de dólares, a veces en múltiples ocasiones, para asegurar su liberación. Los niños y niñas como Kokob corren los mismos riesgos que los adultos.
“En el medio del desierto entre Sudán y Libia, el traficante me dijo que debía pagar 2.200 dólares adicionales. Más tarde, tomó el dinero y me vendió a otros traficantes”, dice ella. “Después de eso solicitaron otros 2.500 dólares y me trasladaron de un hangar a otro, siete en total. Finalmente, pagué los 1.500 dólares por cruzar el mar. Pasé más de un año en Libia”.
Kokob tuvo suerte. Ella explica que su abuela y otros miembros de su familia vendieron sus propiedades para encontrar el dinero que necesitaba para pagar el rescate de los traficantes y asegurar su libertad.
“Tenían demasiado miedo de lo que le sucede a la gente en Libia”, dice ella. “No me dejarían morir en manos de los traficantes”.
Antes de que Kokob emprendiera su peligroso viaje, compró un artículo, una tarjeta de memoria llena de música, que le ayudaría a atravesar las horas más oscuras que le esperaban. Transcribió las canciones en un cuaderno para poder cantarlas, y agregó otras de los compañeros que conoció en el camino.
“Aprendí algunas melodías de los demás. Solíamos cantar juntos cada vez que necesitábamos algo de consuelo. A veces las personas me pedían que les prestara el cancionero, para poder cantar y rezar solos”.
“La gente comenzó a cantar para celebrar”.
La noche en que Kokob cruzó el Mediterráneo fue la primera vez que vio el mar. Antes de llegar al destartalado bote de madera, ella cubrió su precioso cancionero con plástico y lo escondió detrás de su espalda, para que los traficantes no se lo quitaran. Luego subió a bordo con otras 450 personas.
“Las olas eran tan aterradoras que no solo no podía cantar, ni siquiera podía mirar el agua. Mantuve mis ojos cerrados por el miedo. Solo cuando vimos el barco de rescate, finalmente pude abrir los ojos. La gente comenzó a cantar para celebrar”.
Una semana después de que la embarcación de rescate llegara a Pozzallo, un equipo de ACNUR se reunió con Kokob es un centro para niñas no acompañadas. Ella sonrió y les dijo que quería estudiar. Finalmente, ella estaba ansiosa por el futuro.
Después, cantó la canción que pasó por su mente en medio del Mediterráneo, mientras la rescataban.
“Se llama ‘El bote’, y va así: ‘Tú eres mi bote, me protegiste de las olas, me llevaste a la seguridad de la costa. Ahora no siento miedo de las olas’”.