Reconstruyendo una comunidad de alto riesgo en Honduras
Un nuevo centro de salud en un suburbio de San Pedro Sula es el pilar de un proyecto para reestablecer los lazos comunitarios en los barrios tomados por las pandillas.
Los pacientes esperan ser atendidos en el Centro de Atención Integral Santísima Trinidad apoyado por el ACNUR en Chamelecón, San Pedro Sula, Honduras.
© ACNUR / Santiago Escobar-Jaramillo
Bajo el sofocante calor de la tarde, tomados de las manos, una pareja de adultos mayores se sienta en la sala de espera en una clínica gratuita, mientras una madre joven espera una cita médica con su bebé en su regazo.
“Recibimos a todas las personas en esta clínica, no rechazamos a nadie”, dice Wendy Espinoza, una enfermera del centro médico, que conoce a todos en la ciudad.
Mantener las puertas abiertas a todo el mundo puede sonar como un simple logro. Sin embargo, resulta una proeza en algunos de los barrios de mayor riesgo en San Pedro Sula, la segunda ciudad más importante de Honduras.
Por años, la amalgama de calles en Chamelecón ha sido un espacio de lucha para las pandillas MS-13 y Barrio 18, quienes controlan sus respectivos territorios con puño de hierro, destruyendo cualquier espacio y lazo comunales.
“Queremos ser un centro de apoyo holístico para la comunidad”.
Desde que abrieron sus puertas el 30 de abril, el Centro de Atención Integral Santísima Trinidad ha asistido a casi 100 pacientes por mes, la mayoría son personas jóvenes o adultas mayores que sufren de presión arterial alta, diabetes, y enfermedades respiratorias. Pero este espacio, ubicado en medio de los territorios peleados salvajemente por las pandillas, pero poseído por ninguna, es más que un centro médico.
“No queremos cubrir solamente los servicios básicos de salud y de medicamentos”, dice el Padre Luis Estévez, el cura católico local que está detrás de este proyecto. “Queremos ser un centro de apoyo holístico para la comunidad”.
Un apoyo de este tipo resulta muy necesario en Chamelecón, que tuvo la atención del mundo en 2004, cuando un grupo de pandilleros atacó un autobús con armas automáticas, asesinando a 28 pasajeros que regresaban del centro de San Pedro Sula, a tan solo diez minutos.
La clínica, fundada por el Padre Estévez, líderes comunitarios y ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ha tenido un papel vital en la reconstrucción de esta comunidad, como parte de un plan integral regional de apoyo y protección.
Conocido como MIRPS, el plan desarrollado por los Gobiernos de la región con el apoyo de ACNUR, busca abordar las causas del desplazamiento en los vecindarios afectados por el crimen, así como fortalecer los sistemas de asilo y trabajar en soluciones duraderas para estas personas.
“Es un lugar donde las personas pueden sentirse a salvo, donde se pueden abrir entre sí y se pueden proteger", dice Yolanda Zapata, directora de la oficina de ACNUR en San Pedro Sula.
“Es un lugar donde las personas pueden sentirse a salvo, donde se pueden abrir entre sí”.
Como un primer paso importante, la clínica da la bienvenida a cualquier persona, independientemente de la parte de Chamelecón de la que provienen o si ellos o su familia tienen alguna afiliación a una pandilla.
La inclusividad es importante para la enfermera Espinoza, quien ha vivido en la zona toda su vida y divide su día laboral entre la clínica y la unidad de trauma de un importante hospital público. Los miembros de las pandillas y sus víctimas son pacientes regulares allí.
La clínica brinda atención primaria integral, incluyendo ayuda para tratar las necesidades de salud mental de la gran cantidad de residentes que han sufrido o presenciado violencia.
Desde que abrió sus puertas a principios de este año, tiene un psicólogo que atiede los sábados, que ahora tiene una docena de jóvenes locales como pacientes. La lista de espera para ver al psicólogo es ahora de más de un mes debido a la gran demanda.
“Nuestros pacientes a menudo tienen algún tipo de trauma con el que están lidiando”, dice Karina Ugarte, la joven médica residente en la clínica. “A veces es grave, pero a veces es solo un poco de frustración lo que quieren sacar de su pecho. Pero por aquí no hay otro espacio para que ellos hablen”.
Vivir con violencia, o la amenaza constante de violencia, ha hecho que muchos residentes teman y se muestren reacios a abrirse. La clínica prioriza la privacidad y la discreción.
“En cualquier otro lugar siempre hay un temor de que están escuchando, así que te censuras para hablar”.
“En cualquier otro lugar siempre hay un temor de que están escuchando, así que te censuras para hablar”, dice la enfermera Espinoza. “Aquí adentro esa barrera se rompe”.
Para la frágil comunidad, el Centro de Apoyo busca tener un papel más importante que simplemente brindar atención médica básica. Las oficinas de arriba y las salas de reuniones se están convirtiendo rápidamente en un centro para la reconstrucción de la comunidad de Chamelecón.
Como parte de un intento de revertir años de vida bajo el reinado de las pandillas, el centro ha empezado a llegar la juventud local, que se ve particularmente afectada por los altos índices de criminalidad y pobreza, y están bajo constante presión para unirse a los grupos criminales.
“Las personas jóvenes realmente no tienen permitido expresarse porque desde corta edad aprenden a quedarse en silencio, y eso afecta cada aspecto de sus vidas”, explica Ángel Sandoval, un profesor de la escuela local y coordinador del nuevo programa para la juventud. “Ellos necesitan un espacio para expresarse y sentirse libres”.
En su primer contacto con los jóvenes, los líderes reunieron a 1.200 jóvenes y organizaron un espectáculo de talentos en el parque. Fue el evento comunitario más grande en Chamelecón en la memoria reciente.
Los trabajadores comunitarios y los líderes juveniles también organizan talleres de capacitación técnica, clases de arte y danza, y talleres de salud reproductiva en el centro para jóvenes.
Y el padre Estévez, Sandoval y otros líderes, están construyendo una creciente red de protección para los locales, ya que el control de las pandillas significa que las víctimas no tienen a dónde acudir cuando están en riesgo.
“Las personas venían a nosotros y nos decían: 'La pandilla nos dijo que tenemos 48 horas para irnos', pero nosotros, como líderes comunitarios, no sabíamos qué decirles”, dice el padre Estévez.
“Nuestra esperanza es que las personas piensen automáticamente en el Centro de Apoyo como el lugar al que pueden llegar”.
En respuesta, los líderes comunales están utilizando el centro de apoyo como un sitio de capacitación para enseñar a los líderes locales cómo derivar a las personas al ACNUR y otros grupos de apoyo que pueden ayudar a quienes han sido desplazados de sus hogares.
En este vecindario, acosado por pandillas y con una presencia limitada del gobierno, una nueva generación de líderes locales espera cambiar el futuro.
“Nuestra esperanza es que en el futuro, cuando las personas tengan algún tipo de problema o amenaza, automáticamente piensen en el Centro de Apoyo como el lugar al que pueden acudir”, dice.