Los residentes del este de Ucrania regresan a sus casas y se encuentran con ruinas

La inseguridad todavía perdura en las zonas rurales de Lugansk en un momento en el que muchas de las personas que habían huido están regresando a sus hogares. La mayoría de ellos se encuentran con sus casas destrozadas y se enfrentan a grandes dificultades y a un futuro incierto.

Con sus escasas pensiones mensuales, Natalia Golovchenko, de 59 años, y su esposo Nikolay no pueden costear la reparación de su vivienda, que ha sufrido graves daños.
© ACNUR/Petr Shelomovskiy

En un día de calor abrasador en agosto de 2014, un obús mató a la madre y a la hija de Natalya Golovchenko justo ante sus ojos. Junto a su familia, y a otros cientos de civiles, trató de huir de los combates que se desarrollaban a las afueras de Lugansk, en el este de Ucrania.


El hijo y el nieto de Natalia también resultaron heridos cuando el convoy de camiones en el que viajaban fue alcanzado por un bombardeo a las afueras de la ciudad. De repente la familia decidió huir de su casa sita en el pueblo de Khryaschevatoe después de cuatro meses de violencia que convirtieron Ucrania oriental en la zona de conflicto más sangrienta de Europa desde la guerra que asoló la ex Yugoslavia en la década de 1990.

Natalia, de 59 años, y su esposo Nicolau Golovchenko, de 69 años, regresaron a casa después de permanecer varios meses refugiados en la región sudoriental de Zaporizhzhia. Ahora están recomponiendo lentamente sus vidas juntos, intentando subsistir con sus escasas pensiones mensuales, que ascienden a menos de 100 euros de los Estados Unidos. Viven en un entorno en el que imperan el desempleo, los precios elevados, una economía que se desploma y una crisis humanitaria.

"Tratamos de vivir. No dependemos de nadie", dice Natalya, que lleva un alegre vestido de flores que contrasta con las manchas de humedad del techo y con el papel arrancado de la pared.

Nikolai Golovchenko, de 69 años, regresó a su maltrecha vivienda tras pasar varias semanas en la región sudoriental de Zaporizhzhia. © ACNUR/ Petr Shelomovskiy

El conflicto en Ucrania oriental ha provocado el desplazamiento de más de dos millones de personas, tanto en Ucrania como fuera de las fronteras del país. Aproximadamente 500.000 personas – uno de cada cuatro residentes en la región de Luhansk – huyó de los combates en esta región de explotaciones agrícolas, minas de carbón y fábricas de acero. Muchas pasaron a Rusia y otras, como la familia de Natalya, se dirigieron a otras regiones de Ucrania. Algunas regresaron a los pocos días o a las pocas semanas y otras regresaron tras al anuncio, en el mes de septiembre del pasado año, de un alto el fuego.

"Ahora al menos 150.000 han regresado a Luhansk", dice Pablo Mateu, Representante del ACNUR en Ucrania.

Para muchos el regreso al hogar fue descorazonador porque lo que vieron fueron tumbas recientes de familiares, amigos y extraños, tanques y coches calcinados y casas sin agua corriente, electricidad o gas.

"Todo estaba roto, había tanques, carcasas vacías", dice Elena Surnina, madre de tres hijos, cuya casa en el pueblo de Novosvetlovka resultó dañada por los bombardeos. "Comíamos lo que quedaba en el sótano", dice Elena, y recogíamos chatarra para venderla.

"Todo estaba roto, había tanques, carcasas vacías, . . . Comíamos lo que quedaba en el sótano."

Ellos y muchos otros sobrevivieron gracias a los sótanos y los huertos. Las familias soportaron los tiroteos y los bombardeos refugiándose en sótanos fríos, oscuros y húmedos y comiendo solo verduras enlatadas, encurtidos y patatas.

Las casas resultaron dañadas por las balas, los bombardeos, las explosiones, los incendios y los saqueos. Incluso en las que no resultaran afectadas por la metralla, las ondas de choque provocadas por las explosiones levantaron las tejas del tejado con un ruido ensordecedor como si se tratara de un fuerte terremoto.

"Las tejas se deslizan como las escamas de los peces", explica uno de los contratistas de obras del ACNUR.

Estas casas constituyen la base del resurgimiento de las zonas rurales de Luhansk pero el conflicto las han hecho vulnerables a los elementos. Los tejados dejan pasar la lluvia y la nieve. En la mayoría de las casas se ha restablecido el suministro eléctrico y el abastecimiento de agua y gas, pero los inclementes vientos de la estepa se llevan el calor en el invierno cuando las temperaturas descienden a -30 grados Celsius.

Los ingresos de los residentes son demasiado bajos y estos no pueden costearse la renovación de sus casas. La mayoría de los habitantes de Luhansk viven con menos de 50 dólares al mes y muchos dependen de la ayuda humanitaria que reciben de las autoridades locales, de Rusia y de los organismos internacionales. Muchos no saben cómo pedir ayuda o creen que les llegará de cualquier modo. Reparan temporalmente con alquitrán y celofán.

El ACNUR ha contratado a trabajadores de la construcción en el pueblo de Georgievka para reparar las casas dañadas durante el conflicto de 2014. © ACNUR/ Petr Shelomovskiy

El ACNUR ya ha ayudado a restaurar unas 600 casas y edificios de apartamentos en las partes no controladas por el Gobierno de la región de Luhansk, en las que viven unas 1.200 familias. Después de evaluar los daños y tras mantener conversaciones con los oficiales, el organismo contrató a trabajadores de la construcción locales para ayudar a las familias vulnerables y proporcionar materiales de construcción a las familias que pueden realizar las reparaciones por sí solas.

Cuando van a reparar el tejado, las ventanas y las paredes de su casa, los vecinos acuden enseguida a los representantes del ACNUR a pedir ayuda y a menudo enumeran una larga lista de necesidades.

Victoria Galizdra, de 48 años, y su casa en el pueblo de Georgievka, soportaron los bombardeos más intensos. Un cosaco que se ocultó en las proximidades de un viejo castaño sobrevivió a un enfrentamiento con un tanque y un francotirador dejó unos cuantos casquillos vacíos en su patio trasero.

Un espejo cayó en su sala de estar pero no se rompió, lo que la supersticiosa familia de Victoria interpretó como un signo positivo.

"Mi madre dice que, gracias a Dios, sobreviviremos todos", dice Victoria sentada junto a su casa, en la que sus hijos han instalado un nuevo tejado pagado por el ACNUR. "Podríamos escribir una biblia después de todo lo que hemos pasado".

Por Mansur Mirovalev en Luhansk, Ucrania

Gracias a la Voluntaria en Línea Luisa Merchán por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.