Rudolf Höss era un hombre cuerdo, con conocimientos y sentimientos, que razonaba con frecuencia sobre su propio comportamiento y el de los demás, y que poseía un cierto grado de empatía. A esa conclusión he llegado después de estudiar detenidamente sus memorias y la historia del exterminio, además de haber visitado el lugar de los hechos: los campos de Auschwitz y Birkenau, a unos 60 kilómetros al oeste de la ciudad polaca de Cracovia.
Su hija, Brigitte Höss, que sobrevivió a la tragedia, recuerda que su padre "parecía el mejor hombre del mundo, siempre dulce y amable con quienes le rodeaban"
Con tan formidable éxito que se amplía hasta octubre el plazo para visitarla, está teniendo lugar en el Centro de Arte Canal de Madrid la exposición Auschwitz. Es este, por tanto, un buen momento para tratar de penetrar en la mente de su comandante, Rudolf Höss, y preguntarnos: ¿cómo pudo hacerlo?, ¿cómo puede un ser humano dirigir el cruel exterminio de tantos hombres, mujeres y niños, incluso después de mirar a la cara a muchos de ellos?, ¿era un loco inconsciente que no sabía lo que hacía?, ¿era tal vez un sádico, un hombre malvado y cruel o un psicópata que disfrutaba con el sufrimiento ajeno? ¿era simplemente un lacayo, inculto y sin sentimientos, que sin pensar ni razonar se limitaba a cumplir órdenes? ¿banalizó el mal Rudolf Höss?
En el diccionario de la Real Academia Española de la lengua, la palabra banal es equiparada a “trivial, común o insustancial”. Trivial, a su vez, es equiparado a “vulgarizado, común y sabido de todos”. Pero el mal que hacían los nazis no parece ni vulgar, es decir, ni impropio de personas cultas ni común ni sabido de todos. No obstante, podemos ir más lejos al interpretar la banalidad que postuló Hannah Arendt para el nazismo en 1961. Si banalidad significa reducción de la empatía y del sentimiento de culpa, la mayoría de gerifaltes nazis acabaron siendo banales; pero si banalidad significa dejar de considerar al mal como mal o quitarle importancia, dudo que hubiese muchos dirigentes nazis cultos banales.
El que Heinrich Himmler, como leíamos en un artículo de EL PAÍS, se despidiera de su esposa en 1942 con un “Viajo a Auschwitz. Besos: tu Heini”, no prueba que el sentimiento del Reichsführer fuera banal en el sentido de quitarle importancia al asesinato de judíos. Lo vemos mejor en el caso de su subordinado, el comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, responsable de la matanza de millones de personas y cuyo comportamiento con su propia familia era tan correcto que también podría denotar banalidad. Su hija, Brigitte Höss, que sobrevivió a la tragedia, recuerda en una entrevista en The Washington Post que su padre "parecía el mejor hombre del mundo, siempre dulce y amable con quienes le rodeaban”. Pero la procesión iba por dentro, como puede comprobarse en las memorias del propio Höss, escritas mientras esperaba su muerte en una cárcel de Cracovia (Ediciones B, Barcelona 2009).
La prueba de su conocimiento del mal es especialmente patente en algunos de sus propios relatos: “Cuando el espectáculo me trastornaba demasiado no podía volver a casa con los míos. Hacía ensillar mi caballo y, cabalgando, me esforzaba por liberarme de mi obsesión”. “A menudo me asaltaba el recuerdo de incidentes ocurridos durante el exterminio; entonces salía de casa porque no podía permanecer en el ambiente íntimo de mi familia”. “Desde el momento en que se procedió al exterminio masivo dejé de sentirme feliz en Auschwitz”. Cuando recibió la consigna de suprimir discretamente a los enfermos y los niños llega a decir: “Nada resulta más difícil que ejecutar tales órdenes fríamente, anulando todo sentimiento de piedad”.
Höss era pues consciente del horror que se cometía en su campo pero trataba de mantener a raya cualquier emoción perturbadora: “Yo no hacía más que pensar en mi trabajo y relegaba a un segundo plano todo sentimiento humano”
En otro momento habla también del terror que le imponía la orden de liquidar a los gitanos, por quienes sentía una especial consideración. Höss era pues consciente del horror que se cometía en su campo, pero trataba de mantener a raya cualquier emoción perturbadora: “Yo no hacía más que pensar en mi trabajo y relegaba a un segundo plano todo sentimiento humano”. Comentando la orden de exterminio masivo de judíos que recibió de Himmler en 1942, Höss se supera a sí mismo y llega a afirmar: “En aquella orden había algo monstruoso que sobrepasaba de lejos las medidas precedentes”. Esto no solo implica razonamiento, sino también juicio sobre las intenciones del nazismo.
Al leer con detalle sus memorias uno descubre que la aparente y calculada frialdad emocional del comandante de Auschwitz ocultaba en realidad su más intenso sentimiento: la ambición del éxito y el poder. No fue un individuo movido por inercia. Supo siempre lo que hacía y conocía muy bien las consecuencias de sus actos, pero asumió el riesgo de llevarlos a cabo convencido de que eso le reportaría grandes beneficios. No era un simple elemento de un engranaje que alguien mueve desde fuera, pues, aunque nunca reconoció su culpabilidad, era consciente de su responsabilidad en una empresa cuyas consecuencias positivas serían proporcionales a su dimensión “justiciera” y al esfuerzo para realizarla superando debilidades personales, que las tenía, aunque no las manifestara. Sin sentirse responsable de lo que hizo no hubiera podido acreditar los beneficios que esperaba obtener por ello.
Acostumbrarse a vivir con el mal no necesariamente significa banalizarlo. Si así fuera, quienes vivimos en países desarrollados también lo haríamos al aceptar con cierta normalidad el estado de pobreza y calamidad en otras partes del mundo e incluso en nuestro propio entorno
Acostumbrarse a vivir con el mal no necesariamente significa banalizarlo. Si así fuera, quienes vivimos en países desarrollados también lo haríamos al aceptar con cierta normalidad el estado de pobreza y calamidad en otras partes del mundo e incluso en nuestro propio entorno, pues no dejamos de tomar un café caliente con tarta de manzana en una cafetería porque haya un pobre mendigo muriéndose de hambre y frío junto a su puerta. Lo hacemos, no porque creamos que eso no es algo malo, sino porque remediarlo es algo que en general consideramos fuera de nuestro alcance. Nos acostumbramos a vivir con el mal, pero no dejamos de sentirlo como tal. Pero la inevitabilidad no es la única interpretación alternativa a la banalidad, pues también hay quien sin ser un malvado acepta a veces un mal, como la pena de muerte o incluso la cadena perpetua, por considerarlo remedio o terapia de otro mal supuestamente mayor. Es posible también que muchos nazis, como Rudolf Höss, fuesen, además de malvados, cobardes, y aceptasen el mal y se habituasen a él no por banalizarlo, sino por verlo como un remedio terapéutico para lo que ellos consideraban males mayores, o, por encima de todo, como un instrumento para obtener gloria y beneficios personales.
Ignacio Morgado Bernal. Director del Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona. Autor de Emociones corrosivas: Cómo afrontar la envidia, la codicia, la culpabilidad y la vergüenza, el odio y la vanidad (Ariel, 2018)