Caminando y coleccionando, un yemení en el exilio mantiene vivas las esperanzas
Antes de que la guerra le obligara a huir de su hogar, Abdillahi Bashraheel tenía dos aficiones: le gustaba caminar largas distancias y coleccionar monedas.
CAMPAMENTO DE REFUGIADOS DE MARKAZI, Yibuti – Antes de que la guerra le obligara a huir de su hogar, Abdillahi Bashraheel tenía dos aficiones: le gustaba caminar largas distancias y coleccionar monedas.
La primera es una costumbre que adoptó cuando era un joven inspector de carreteras en una zona rural del Yemen, caminando durante horas bajo un calor sofocante para inspeccionar las rutas. Le ayuda a meditar, dice Abdillahi. La segunda la sigue porque "admira . . . las cosas extrañas".
El problema es que Abdillahi, que ahora tiene 63 años, está ahora varado en un campamento de refugiados en un país extranjero, lejos de sus caminatas preferidas. Su colección de monedas – "miles y miles de monedas" – la dejó en Adén, cuando huyó.
Pero aún camina, por el perímetro del campamento. "Veinte kilómetros al día", dice. "Veinte mil metros". Y por el camino, aún recoge y colecciona cosas, encuentra rarezas desechadas y objetos para decorar su tienda de campaña y su pequeño y polvoriento jardín.
Aquí, en el campamento de Markazi, Abdillahi y su "museo de curiosidades" son famosos. Ramas retorcidas comparten espacio con los blancos huesos de animales muertos hace tiempo. También hay piedras, semillas, una vieja esponja, caparazones marinos, una pequeña muñeca, una cuchara de madera, insignias y alfileres, incluso un viejo casco militar.
Puede que sea poco convencional, pero Abdillahi es una fuente de inspiración para los otros refugiados que comparten el campamento con él, para que no se rindan, para que mantengan algunas de las pasiones y rutinas que tenían en su hogar, incluso siendo refugiados.
Esta inspiración es bienvenida ahora que hace un año que en Yemen estalló la guerra civil, en marzo del año pasado, cuando años de inestabilidad política, penurias económicas y tensiones sectarias se desbordaron y estallaron en un conflicto que continúa hoy en día.
Los enfrentamientos han obligado a 173.000 personas a buscar la seguridad en otros países. Unas 19.000 de ellas viven en la actualidad en Yibuti, y de estas, alrededor de un 20% lo hacen en el campamento de refugiados de Markazi.
"He escapado de la muerte, de las bombas y del infierno", dice Abdillahi. Aunque no está casado ni tiene hijos, este yemení ha dejado atrás una numerosa familia, con muchos hermanos y primos. "Mi vida ha dado un vuelco total, y a consecuencia de las circunstancias, uno acaba perdiendo la cabeza", dice.
Pero en medio de las ansiedades y la incertidumbre de sus circunstancias, él sabe qué hacer para mantenerse fuerte. Se mueve: "El haraka baraka", dice. Es un dicho árabe muy conocido que significa "el movimiento es una bendición". "Caminar", dice Abdillahi, "da paz y tranquilidad".
Ahora, su pequeño país de las maravillas lleno de curiosidades es un lugar a donde se puede retirar, un lugar único donde refugiarse y olvidarse del mundo por un momento. Los niños vienen a ver su colección y él les cuenta historias y les anima a ser productivos y útiles. Deja trocitos de comida y agua limpia para los pájaros. Abdillahi dice que le gusta mucho oír sus gorjeos por la mañana.
Sin embargo, Abdillahi es consciente de las dificultades que le rodean. ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, le ayuda a él y a otros refugiados yemeníes en el campamento en sus necesidades básicas – alojamiento, atención sanitaria, cierto grado de escolarización – pero la vida es un reto.
En una parte de su jardín que Abdillah llama "cementerio", hay huesos y calaveras. "Muestra que la humanidad, al final, acabará reducida a polvo", dice. Y añade: "Es para . . . recordar a la gente [esa idea], para que puedan volver a su cordura".
Mientras espera que esa "cordura" vuelva – "a mi edad, lo único que quiero es vivir en paz" – dice, se conforma con seguir moviéndose y coleccionando. "Las cosas bonitas hacen feliz a la gente, y me hacen feliz a mí", dice sonriendo.
Amira Abdelkhalek, desde el campamento de refugiados de Markazi, en Yibuti
Gracias a la Voluntaria en Línea Esperanza Escalona Reyes por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.