Mensaje de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos 2010
La Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos se pronuncia contra la violencia doméstica y los «crímenes de honor» con ocasión del Día Internacional de la Mujer
Para su información, les adjuntamos el comunicado de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay, con ocasión del Día Internacional de la Mujer, que se celebra el 8 de marzo:
«Se calcula que una de cada tres mujeres en el mundo ha sido golpeada, violada o sometida a otro tipo de vejaciones durante su vida. Y este tipo de violencia viene con frecuencia de dentro de la propia familia. Entre las formas más extremas de abuso se encuentra lo que se conoce como «crímenes de honor».
La mayoría de los 5.000 crímenes de honor que se registran cada año en todo el mundo no aparece en las noticias, de la misma forma que tampoco lo hace una multitud de actos de violencia cometidos sobre mujeres y niños por sus maridos, padres, hijos, hermanos, tíos y otros varones –a veces incluso mujeres- miembros de su propia familia.
En nombre de la «defensa del honor» familiar, se dispara, se lapida, se quema, se entierran vivas, se estrangula, se asfixia o se acuchilla a mujeres y niñas, con una horrorosa frecuencia.
Los motivos de estos crímenes son diversos. Pueden cometerse porque se considere que la víctima ha violado las normas familiares o comunitarias con respecto a la conducta sexual, o simplemente porque una mujer ha expresado su deseo de elegir un marido, o pretende divorciarse o reclamar una herencia. De forma más perversa, en ocasiones se considera que las víctimas de violaciones han «deshonrado» a sus familias y son asesinadas por esa propia familia con la finalidad de eliminar el estigma, mientras que, con frecuencia, los violadores responden levemente de su crimen.
El problema se acrecienta por el hecho de que los sistemas jurídicos de varios países aún eximen de castigo a los culpables de crímenes de honor, plena o parcialmente, incluso mediante normas discriminatorias.
Los crímenes de honor no son, sin embargo, algo que pueda catalogarse como un hecho marginal, como una rara y retrógrada atrocidad que ocurre en otro lugar. Son un síntoma extremo de discriminación contra las mujeres, que –incluyendo otras manifestaciones de violencia doméstica- es una plaga que afecta a todos los países.
Para muchas mujeres y niñas, la vida familiar que se supone productiva, protectora y armoniosa es poco más que un mito. Por el contrario, para esas mujeres la vida familiar implica una violencia física, sexual, emocional o económica, ejercida por una persona de su círculo íntimo u otros miembros de la familia. La violencia doméstica implica, de forma característica, puñetazos, patadas y bofetadas, o agresiones con objetos o armas. También incorpora denigración y humillación sistemática, e incluye a menudo el aislamiento de la mujer de sus apoyos tradicionales, como pueda ser el caso de otros miembros de la familia y amigos. A veces implica la participación forzosa en actos sexuales degradantes, violaciones y homicidios. Algunas mujeres que se resisten a un matrimonio concertado son encerradas por sus familiares por largos periodos, hasta que vencen su resistencia y acceden a casarse con el hombre que ha sido elegido para ellas.
En ocasiones se argumenta que la independencia económica y el empoderamiento de las mujeres son, generalmente, el mejor modo de combatir la violencia doméstica, y es correcto. El principal motivo que las mujeres suelen señalar como impedimento para abandonar las relaciones abusivas sigue siendo la carencia de autonomía financiera y el acceso a un hogar seguro.
Sin embargo, confiar demasiado en estas soluciones oculta la complejidad y la profundidad del problema: la violencia doméstica también ha experimentado un aumento en países donde las mujeres han alcanzado un grado considerable de independencia económica. Se conocen casos de exitosas mujeres de negocios, y parlamentarias, abogadas, médicas, periodistas y académicas que han llevado una doble vida: reconocidas y respetadas en público, sometidas a abusos en privado.
La realidad para la mayoría de las víctimas, incluyendo las víctimas de crímenes de honor, es que las instituciones estatales les han fallado y que la mayoría de los que perpetran actos de violencia doméstica pueden confiar en una cultura de impunidad para los actos cometidos; actos que serían considerados como delitos, y castigados como tales, si fueran cometidos contra extraños.
Tradicionalmente, ha existido cierto debate sobre la cuestión de la responsabilidad estatal por los actos cometidos en la esfera privada. Algunos han argumentado, y continúan haciéndolo, que la violencia familiar se sitúa fuera del marco conceptual de los derechos humanos a escala internacional. Sin embargo, bajo el derecho internacional y sus estándares, hay una clara responsabilidad del Estado en la defensa de los derechos de las mujeres y en asegurar la no discriminación, lo cual incluye la responsabilidad de evitar, de proteger y de reparar, con independencia del sexo, y con independencia de la situación de una persona dentro de la familia».