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Salvadoreños que huyen de la violencia de las pandillas encuentran seguridad en pueblo de Belice

Establecido para albergar a refugiados de la guerra civil durante la turbulenta década de 1980, Valle de Paz acoge ahora a centroamericanos que huyen de la creciente violencia de las pandillas.

VALLE DE PAZ, Belice, 17 de julio de 2017 (ACNUR) – Juan Barrera* huyó solo de El Salvador cuando tenía 16 años. Era 1990, y como otros miles de personas, la guerra civil lo obligó a huir de su hogar. Juan se desplazó por Centroamérica durante años, arreglándoselas para sobrevivir hasta que un tío le habló sobre un santuario justo cruzando la frontera de Guatemala, en el pequeño país anglófono de Belice.

Él encontró la aldea, recogió suficiente dinero para un terreno y comenzó a cultivar para subsistir. Casi 30 años después, vive cómodamente mientras cultiva repollo, pepino, tomate y otros productos que vende en la capital, Belmopán. Uno de sus hijos se ha ido a la universidad y una hija ya va camino a la universidad.

Juan es uno de los cientos de refugiados centroamericanos que ha encontrado seguridad en Valle de Paz, pueblo cuyo nombre resulta muy apropiado. Ahora él espera dar la ayuda y el apoyo que él encontró a la nueva generación de refugiados.

En una tarde sofocante, se arrodilla sobre una vieja motocicleta con Benjamín y Carlos Menéndez*, dos hermanos adolescentes de El Salvador que viven al lado con su madre y otros cuatro hermanos. Barrera les dijo a los muchachos que podían usar la moto si la arreglaban.

Él conoció a los Menéndez en 2016, después de que la familia de 10 personas huyera de la nueva ola de violencia que arrasa su país centroamericano. Él se vio a sí mismo en los seis jóvenes hijos de la familia.

“Lo primero que pensé fue: Nosotros hemos pasado por eso”, dijo Barrera. “Ves a alguien así y solo quieres ayudar”.

Antes de los problemas que los llevaron a huir a Belice, la familia Menéndez estaba feliz en El Salvador. Su padre, Roberto, tuvo una exitosa carrera en el ejército antes de retirarse y convertirse en un destacado vendedor en su ciudad natal. La madre, Juana, pasaba sus días en la panadería familiar. Y luego todo se vino abajo.

“Ves a alguien así y solo quieres ayudar”.

En los países del Norte de Centroamérica, pandillas asesinas como MS-13 y Barrio 18 cometen delitos que van desde asesinatos y extorsiones hasta secuestros y tráfico de drogas. Obligan a hombres jóvenes a unirse a sus filas y reclutan a mujeres jóvenes para actividades sexuales.

Cada uno de los seis hijos de Menéndez se enfrentó a varios niveles de hostigamiento y amenazas de los pandilleros. Todos resistieron, incluso cuando eso significaba que apenas podían salir de la casa. Cada vez que salían, Juana temía que uno de sus hijos no regresara a casa.

Un día, Juan Roberto, de 10 años, vio a los pandilleros huyendo poco después de haber realizado un secuestro, y les dijo a sus padres. Eso convirtió a la familia en un blanco. Además de eso, el padre se había negado a pagar el llamado “impuesto de guerra” que demandan las pandillas. Y como ex oficial del ejército, la pandilla lo etiquetó como un enemigo.

Tan solo un par de días después, varios miembros de la pandilla vinieron por Roberto. Finalmente le dieron un ultimátum: sal pacíficamente y esto terminará. Si te rehúsas, empezaremos a matar a tus hijos uno por uno. El decidió escudar a su familia, y después fue encontrado muerto, con múltiples disparos y heridas de machete. 

Abrumada por el duelo y el terror, la familia huyó de la ciudad ese mismo día. Ellos rentaron una casa en otro vecindario y mantuvieron un perfil bajo por casi un mes. El joven Juan Roberto se culpa por la muerte de su padre, diciendo “Dios es cruel”.

Una maraña burocrática provocó que no pudieran retirar dinero de la cuenta de la pensión de su padre, lo que los dejó desahuciados. Fue cuando un primo sugirió que recomenzaran en Belice; y Juana, sus seis hijos, las esposas de los dos hijos mayores y un nieto, se mudaron a Valle de Paz.

La comunidad fue fundada en marzo de 1982 por George Price, el primer ministro de Belice en ese momento, como un lugar seguro para los refugiados que huían de las guerras civiles que entonces agitaban la región, especialmente El Salvador.

“Los hijos de los refugiados ahora son doctores, policías, ingenieros o como yo, maestros”.

Inicialmente acogió a un par de docenas de familia, que empezaron a recortar la espesa jungla para tener espacio para cultivar. Ellos recibieron fondos internacionales, implementados por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus socios. Ahora, más de 600 familias viven en esta aldea agrícola, dice José Amilcar Amaya, un profesor local e historiador no oficial.

“En esta aldea, somos beliceños orgullosos, pero también somos refugiados”, dijo Amaya, que vino con su familia huyendo de la guerra en 1982. “Los hijos de los refugiados ahora son doctores, policías, ingenieros o como yo, maestros”.

“Valle de Paz es un asombroso ejemplo de historias exitosas de refugiados”, dijo Andreas Wissner, jefe de la oficina del ACNUR en Belice. “También muestra cómo se puede acoger a nuevos refugiados que huyen de la violencia en el Norte de Centroamérica”.

La familia Menéndez ha sentido esta aceptación.

“No pensé que alguna vez volveríamos a encontrar un lugar pacífico”, dice Juana, mientras los pollos donados por vecinos pían a sus pies. “Sabíamos que si nos quedábamos en El Salvador, la pandilla nos mataría a todos”.

El apoyo financiero del ACNUR ayudó a la familia a pagar el alquiler y comprar alimentos en sus primeros meses en Valle de Paz. También han recibido apoyo del ACNUR y su socio, Help For Progress, para sus solicitudes de asilo.

Juan Barrera alquila su segunda vivienda a la familia Menéndez por una fracción de su valor.

“Sólo esperamos conseguir nuestros papeles, encontrar un buen trabajo y luego tener suficiente dinero para nuestra propia tierra y una casa”.

Como parte de un colectivo agrícola, Barrera ha ayudado a la familia Menéndez a obtener una pequeña parcela de tierra, donde plantan maíz y frijoles, con los que se alimentan.

Los vecinos en Valle de Paz conocen a los muchachos Menéndez por ser muy trabajadores y con frecuencia los llaman para trabajos ocasionales

“Cuando hay trabajo, se puede vivir bien aquí”, dice Alfredo, de 24 años, el mayor de los hijos. En una buena semana, él y sus hermanos pueden ganar hasta $ 90 dólares cada uno. En los meses más lentos, sólo ganan $ 30 dólares por semana.

En Valle de Paz, los hijos más pequeños de Juana, Juan Roberto y Ulises viajan en bicicleta ida y vuelta a la escuela, donde aprenden inglés y español, y gradualmente se integran a esta comunidad bilingüe. Juana ya no se preocupa de que sus hijos estén solos en las calles.

Sin embargo, las cosas no son perfectas. Todos los hermanos Menéndez trabajan sin permisos, ya que el gobierno de Belice no ha aprobado una solicitud de asilo en los últimos años. Dos de los hermanos no cumplieron con el estricto plazo de dos semanas después de haber ingresado al país para solicitar asilo, y están en el limbo.

“Sólo esperamos conseguir nuestros papeles, encontrar un buen trabajo y luego tener suficiente dinero para nuestra propia tierra y una casa”, dice Juana.

Y sus hijos tienen un sueño propio: quieren ayudar a Juana a volver a trabajar otra vez, haciendo lo que amaba.

“Queremos ganar lo suficiente para ayudarle a abrir de nuevo su panadería”, dice Alfredo. “Ella ha sido fuerte por todos nosotros así que queremos hacer algo por ella”.

 

* Los nombres de los refugiados salvadoreños fueron cambiados por razones de protección.

Por James Fredrick