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Bailando por la paz: niñas y niños refugiados nos muestran en Quito sus ganas

Estos niños parecen felices, creativos y juguetones. Nada haría pensar que tuvieron que salir de Colombia huyendo de la persecución, el peligro, las amenazas.

QUITO, Ecuador, 1º de septiembre 2014 (ACNUR) - Son inquietos, gritan, se emocionan, juegan, cantan, bailan y corren. Los niños, como Jesenia, Ivette, María, Daniel, Pipe, Michael o Danny, son niños. Hoy bailan coordinados al ritmo de una canción multilingüe, mientras Quito les mira de fondo. Y mientras bailan, no se nota que todos ellos tuvieron que dejar su casa, sus amigos, familia, sus escuelas, en busca de la seguridad de otro país.

“Mire mi mano ha quedado verde; parece que tengo sangre de monstruo”, dice Pipe mientras dibuja junto al resto sobre una gran lona perros, personas, una paloma y carteles que dicen “Ecuador Tierra de Paz”.

Estos niños parecen felices, creativos y juguetones. Nada haría pensar que, como el 23% de la población refugiada en Ecuador que tiene menos de 18 años, tuvieron que salir de Colombia huyendo de la persecución, el peligro, las amenazas. Hoy bailan gracias a la iniciativa “Dance4Peace” (Baila por la Paz), que bajo el programa Niños de Paz del Departamento de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Unión Europea (por sus siglas en inglés, ECHO), les invita a bailar, pintar, expresarse en una llamada que nos recuerda que los niños son niños. Más allá de guerras y frontera. Y que tienen derecho a la paz, a la seguridad, a la educación. Y a divertirse.

Gracias a este apoyo de ECHO, ACNUR en Ecuador ha podido apoyar durante los dos últimos años a unos 4.000 niños, niñas y adolescentes en situación de refugio. Apoyo que ha permitido mejorar las instalaciones educativas, desarrollar acciones para favorecer la cultura de paz. Y, también, acciones que permitan que estos niños sometidos a la inmensa presión del desarraigo, el miedo, las dificultades de integración… puedan seguir sintiéndose niños.

“El hecho de que los niños puedan seguir siendo niños, que acudan a la escuela, que puedan integrarse en sus barrios, es un elemento fundamental para su futuro” explica John Fredrikson, Representante de ACNUR en Ecuador. “Por diferentes estudios, sabemos que la permanencia de los niños, niñas y adolescentes refugiados en el sistema escolar es menor que para sus coetáneos ecuatorianos. Y ello hace fundamental aumentar los esfuerzos para que los refugiados puedan ejercer su derecho a la infancia”, añade.

Mientras, Yvette mueve feliz su cadera agitando el pañuelo de cuentas que especialmente trajo para el baile. Jesenia repite rítmica la coreografía que en cinco regiones del mundo, desde África hasta Medio Oriente, imitarán distintos niños. Michael está preocupado por los pasos, mientras Pipe nos indica cómo hacer los movimientos adecuados.

Después de todo lo que pasaron, y todo lo que tienen que lidiar, estos niños y sus padres han hecho de esta coreografía y su música una oportunidad para dejar de lado, al menos durante unas horas, las preocupaciones sobre el acceso al trabajo, sobre cómo mantener una estabilidad laboral, sobre los miedos que atraviesan países y kilómetros. “Somos personas, que queremos demostrar que a pesar de todo lo que hemos sufrido, queremos salir adelante. Y queremos que nuestros hijos puedan vivir tranquilos”, dice el padre de Jesenia mientras dibuja junto a su hija.

En Ecuador, donde desde el año 2000 el Estado ha recibido alrededor de 175.000 solicitudes de reconocimiento de la condición de refugiado, la población infantil en esta situación, tanto refugiados reconocidos como en otras situaciones migratorias, experimenta numerosos retos de integración, dificultades para mantener condiciones de vida adecuadas, empobrecimiento, riesgos de exclusión y, en buena medida, un impacto enorme en lo emocional.

Gracias al trabajo de ACNUR con socios como la Organización Hebrea de Ayuda para Inmigrantes y Refugiados, y con apoyos como el del programa Niños de Paz de la Unión Europea, favorecer que estos niños lo sigan siendo es un poco menos difícil.

Todo esto fue posible gracias a las habilidades de los niños y sus padres que ayudaron durante los ensayos y la grabación. En el equipo había bailarines, maestros, dibujantes, creativos, periodistas, y camarógrafos, todos apoyando para que el video saliera lo mejor posible y los niños participaran en todo.

A pesar de la falta de costumbre, todos se deciden a grabar también su propia participación, mientras desde atrás les mira Quito. En este baile no hay patria ni frontera. 

Lo más importante de la grabación fue ver la emoción que tenían por hacer las cosas y sus padres apoyándoles. Ver que se hicieron amigos, que los papás querían pintar la tela tal vez más que los niños, estar en la clase de baile de Yessenia, Ivette, María y Pipe; ver a Daniel y Michael jugando y corriendo por el lugar y a Danny pintando con los papás. Lo más importante fue que después de todo lo que pasaron y lo que siguen pasando las familias están bien, son alegres y quieren sobreponerse y rehacer su vida.

Por Ana Belén Saltos en Quito, Ecuador.