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Los Rohingya luchan por sobrevivir en asentamientos al pie de los caminos, mientras crece la crisis

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, advierte sobre el desastre humanitario, mientras aumenta el número de quienes huyen de Myanmar hacia Bangladesh.

KUTUPALONG, Bangladesh, 24 de septiembre de 2017 (ACNUR). – Aferrando un saco de arroz vacío, Sara Khatun, madre de siete hijos, de etnia rohingya, dice que no le queda nada con que alimentarlos.

Después de tres semanas durmiendo bajo una delgada lona de plástico que se sostiene con bastones de bambú, su hijo de ocho años y su hija de diez, lucen demacrados y agotados. “Mis hijos están cada vez más delgados”, dice esta refugiada de Myanmar, de 33 años. “Si no reciben ayuda pronto, morirán”.

Unos 429.000 rohingyas han huido de Myanmar desde que comenzara hace un mes una violenta represión contra la comunidad Rohingya, tras una serie de ataques contra puestos de seguridad.

La gran mayoría, como Sara y su familia, viven ahora en campamentos informales y asentamientos improvisados en Bangladesh, pegados a las laderas y a lo largo de carreteras muy transitadas. Necesitan urgentemente alimentos y albergue, así como acceso a servicios médicos y de protección infantil.

“No es un lugar seguro para ellos”.

Aunque parezca increíble, Sara, que apenas puede sobrevivir en los alrededores del campamento de refugiados de Kutupalong -uno de los dos campamentos operados por el Gobierno de Bangladesh- es más afortunada que muchos otros.

Bajando el camino desde el campamento hacia sur, Agida, madre soltera de 35 años, duerme con sus cuatro hijos en el embarrado arcén, lleno de basura y ropa desechada.

Sobrevive gracias a los ocasionales paquetes de ayuda repartidos o lanzados desde camiones por donantes privados, y mendigando a los coches que pasan. Expuesta a los aguaceros del monzón, también teme por sus hijos.

“No es lugar seguro para ellos”, dice con un tono de desesperación en su voz que se acerca al pánico.“Alguien podría llevárselos mientras duermo”.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, está intensificando sus esfuerzos para proteger a los refugiados más vulnerables -como Sara, Agida y sus familias- atrapados en esta trágica crisis, sin precedentes en la región en las últimas décadas.

 

“La gente ha huido de una violencia indescriptible y sus necesidades son enormes”, afirmó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, mientras recorría el campamento de Kutupalong y su nueva extensión, en el marco de su visita hoy a Bangladesh.

“A pesar de los enormes desafíos iniciales, se ha producido una impresionante manifestación de generosidad y apoyo por parte de la población local”, añadió Grandi. “La ayuda internacional también está creciendo, bajo el liderazgo del Gobierno. Pero estos esfuerzos deben acelerarse y mantenerse".

Al comienzo de su visita oficial de tres días a Bangladesh, Grandi recorrió el campamento existente, fundado en 1992 para dar respuesta a salidas previas desde Myanmar, y que cuenta con escuelas, centros de salud y centros comunitarios.

Acompañado por el personal de terreno de ACNUR y funcionarios de Bangladesh, Grandi visitó también un terreno cercano destinado a nuevas llegadas, donde ACNUR se encontraba entregando utensilios de cocina, esteras para dormir, lámparas solares y otros artículos de primera necesidad a unas 3.500 familias, seleccionadas por líderes de la comunidad.

A petición de las autoridades de Bangladesh, la Agencia también está instalando cientos de tiendas tamaño familiar y distribuyendo miles de lonas de plástico para ayudar a albergar a refugiados como Sara. La Agencia de la ONU para los Refugiados, con la ayuda de donantes como los Emiratos Árabes Unidos y la empresa de mensajería UPS, ha enviado al país cuatro aviones cargados con artículos de primera necesidad.

Con las fuertes lluvias de monzón cayendo sobre Bangladesh, Tahera Begum, una madre rohingya de 22 años cuya familia vive en una choza de suelo de tierra en un precario asentamiento al sur de Kutupalong, espera la llegada de la ayuda con impaciencia.

Para escapar de las inundaciones, habían tallado un nicho para refugiarse en una ladera barrida por la lluvia. Pero, mientras ella dormía, su hijo de seis meses, Mohammad Sohail, se soltó y resbaló por la ladera. Por pura casualidad no resultó herido.

Grandi preguntó a las madres reunidas en el campamento improvisado lo que más necesitaban sus hijos. “Todo”, respondieron ellas.

 

Por Tim Gaynor