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Calidez y amabilidad en plena naturaleza de Canadá

La familia Arafat estaba aterrorizada cuando huyó de su hogar en Siria. Ahora encuentra una nueva esperanza y felicidad en una comunidad en las montañas de Canadá

WHITEHORSE, Canadá, 22 de diciembre de 2016 (ACNUR) - Desde una galería acristalada, los hijos mayores de los Arafat observan junto a sus padres, mientras un torbellino de niños disfrazados cruzan una y otra vez las calles nevadas.

Con cada llamada al timbre de la puerta, la familia intercambia miradas indecisas, aun no muy seguros de qué hacer. Entonces, uno de los niños mayores rompe el impasse, brincando escaleras abajo y entregando caramelos. Poco después, los más pequeños de la familia Arafat irán de puerta en puerta con sus vecinos, con las bolsas cargadas de dulces, es su primer Halloween en Canadá.

En enero de 2016, Hussein y Fátima Arafat fueron reasentados, con sus nueve hijos, en Whitehorse, capital del territorio del Yukón, al noroeste de Canadá. Financiada de manera privada por un grupo de residentes, la llegada de la familia siria puso punto final a una larga huida de un país que una vez fue lo suficientemente seguro para llamarlo hogar. Seguían los pasos de miles de personas antes que ellos, la búsqueda de una nueva oportunidad está estrechamente ligada a la historia de Yukón, cuando los buscadores de oro se adentraban en las montañas en busca del preciado metal hace más de cien años.

La familia Arafat con sus patrocinadores y nuevos amigos en Whitehorse, Canadá. © ACNUR / Annie Sakkab

Solo 15 días después de trasladarse a Whitehorse, bombas de barril destrozaron la primera casa de la familia en un pueblo cercano a Hama, Siria. Ahora, gracias a sus patrocinadores locales, la segunda se asienta en un barrio al lado de espesas zonas de pinos.

Para una familia acostumbrada a las polvorientas y suaves colinas de un clima cálido, este vasto territorio les perecía un nuevo mundo, arrugado por cordilleras de montañas. Enclavado en un valle y dividido por el rápido río Yukón, los Arafat descubrieron, aliviados, que Whitehorse tenía muchas comodidades como supermercados, cines y centros recreativos.

“Aquí siento, por primera vez en cinco años, que soy libre”.

“Una de las principales razones por las que, según Hussein nos explicó, quería venir a Canadá era dar a sus hijos la oportunidad de tener una buena educación”, dice Raquel de Queiroz, enfermera especializada y principal patrocinadora de la familia. Antes de su propia llegada a Whitehorse hace dos años, su trabajo para Médicos Sin Fronteras en las cuencas de los ríos de Colombia había fortalecido su determinación de ayudar a otras personas. “Es lo correcto, y lo que se debe hacer”, dice.

Voluntarios matricularon a los niños más pequeños de la familia Arafat en escuelas a las pocas semanas de su llegada a Whitehorse. Para sus dos hijas mayores, Hussein y Fátima se dieron cuenta de que la escuela católica pública ofrecía las mejores oportunidades.

De manera cautelosa, se dirigieron al director, temiendo que obligaran a sus hijas a quitarse el pañuelo de la cabeza. “Me preguntó: “¿Usted me pediría que yo me quitara la cruz?”, recuerda Hussein. “Yo dije que no. Él me explicó que entiende que las personas tienen su propio estilo de vida y que no nos puede pedir que lo abandonemos”.

La escuela en Canadá ha abierto todo un mundo para los niños.

Durante mucho tiempo, el sueño de Hassan de ser farmacéutico parecía imposible. Siendo el hijo mayor, recuerda a su padre llevándoselo del instituto de enseñanza secundaria en Siria justo un mes antes de sus exámenes finales. Lo hizo aterrorizado por la idea de que su hijo pudiera ser reclutado por el ejército. Tras una huida frenética, la familia pudo escapar al Líbano. Pero Asan no pudo asistir a la escuela durante los cinco años siguientes, mientras la familia luchaba para poder subsistir en el exilio.

“Aquí siento, por primera vez en cinco años, que soy libre”, dice. “Puedo salir y desplazarme. Puedo aprender”.

Hassan tiene previsto empezar las clases en la universidad de Yukón en enero de 2017. Y tras cuatro años sin una educación regular, las hermanas más pequeñas están encantadas de volver a clase. “El primer día que volvían del colegio en el autobús escolar, no paraban de saltar, literalmente”, recuerda su patrocinadora Raquel. “Y pensé: ¿Cuántos niños hay en Norteamérica que salten de alegría yendo a la escuela?”

Los patrocinadores achacan la mayor parte de la calurosa bienvenida de la comunidad a la foto del cuerpo del pequeño niño sirio Alan Kurdi arrojado por el mar a una playa turca. Para ellos, y millones de personas más en todo el mundo, esta imagen abrió una breve ventana sobre el coste humano de la guerra, espoleando a la comunidad de Whitehorse a pasar a la acción.

“Nuestra primera acción para recaudar fondos fue una cena a base de espagueti”, dice  Raquel. “Hicimos espagueti para 200 personas en la escuela. Y los vendimos todos en 20 minutos. Pensé que la gente estaba bromeando. “¿En serio? ¿Ya los hemos vendido todos?” Pues sí, así fue”.

Deseosos de convertirse en miembros de la comunidad, los hermanos mayores de la familia Arafat encontraron trabajo rápidamente. Hassan trabaja de reponedor en una farmacia e Ismail trabaja en una barbería. Siendo dos personas extrovertidas, interactúan con los clientes en inglés, como forma de practicar su conversación. Pero para su padre, que también está deseando contribuir a la comunidad, el trabajo estable y el idioma son un reto. Su fibrosis pulmonar le impide trabajar muchas horas seguidas en trabajos duros. Aun así, en la oscuridad invernal, el antiguo camionero se encarga de la masa en una empresa local de bagels, ayudando a hacer más de mil bagels cada día.

“Esto demuestra que son personas trabajadoras”, dice Raquel. “Quieren progresar en la vida. Quieren lograr sus sueños”.

Además del trabajo, la familia ha adoptado el estilo de vida local. Los chicos y el padre son ahora entusiastas pescadores que lanzan sus cañas en el río Yukón en verano y que tiritan sobre el hielo en invierno con sus patrocinadores. Los pequeños pasan los fines de semana patinando y nadando con nuevos amigos de la escuela y del barrio.

Durante el último año, los canadienses han ayudado a reasentar a más de 31.000 refugiados desplazados por el conflicto de Siria. Si bien es cierto que pocos de ellos se encuentran en el norte, Whitehorse ya ha dado la bienvenida a dos familias y a un estudiante, y tienen planes para acoger a más.

Una semana después de la novedad de su primer Halloween, los Arafat son los anfitriones en una cena para sus patrocinadores y otros voluntarios. Lo hacen como gesto de agradecimiento. Los platos que están repletos de kibbe y tabule ofrecen a los invitados una muestra de lo que sus anfitriones han dejado atrás. Fátima ronda por toda la casa asegurándose de que los platos estén llenos, mientras sus hijos e hijas pequeñas charlan en su inglés recién aprendido con sus invitados, conversaciones que hubieran sido imposibles un año antes.

Justo antes de que acabe la fiesta, Hussein se escabulle con un plato de comida para el hijo de un amigo que no ha podido acudir.

Porque, los Arafat razonan, es los que hacen los vecinos.

 

A lo largo y ancho es una serie de historias que retrata a canadienses que han dado la bienvenida a refugiados sirios con apoyo y compasión. Desconocidos, amigos, familias y comunidades de todo el país están creando fuertes lazos de amistad que van más allá de la lengua y la cultura, justo cuando más falta hace.

 

Gracias a la Voluntaria en Línea Esperanza Escalona Reyes por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.