Luchando por la equidad

Con un fondo colorido en el campamento de refugiados de Za’atari, niñas sirias hablan animadamente durante una reunión de niñas. A menudo las mujeres y niñas se encuentran en gran desventaja para acceder a la educación. © ACNUR/Charlie Dunmore

A nivel mundial, por cada diez niños refugiados en escuela primaria, hay menos de ocho niñas refugiadas; en la secundaria, las cifras son peores, con menos de siete niñas refugiadas por cada diez niños refugiados.

Tener un lugar en la escuela primaria ya es difícil para las niñas, pero lograr un espacio en la escuela secundaria es aún más difícil. Hay pocas escuelas secundarias en la mayoría de los entornos de refugiados, y a menudo, las mujeres quedan por fuera. Los mecanismos de sobrevivencia a los que las familias a menudo recurren para poder conseguir dinero pueden terminar con las oportunidades de las mujeres de obtener educación. Culturalmente, puede haber resistencia en algunas comunidades a la idea de que las niñas se queden en las escuelas durante su adolescencia.

La necesidad de que las niñas continúen en las escuelas por más tiempo es clara y urgente. Mundialmente, las madres educadas tienen más posibilidades de tener familias más pequeñas, saludables y mejor educadas. La educación ha ayudado a disminuir los índices de matrimonio infantil, embarazo adolescente, y mortalidad materna e infantil, así como mejorar la salud de los niños. Es más posible que las madres educadas aseguren agua limpia, que busquen ayuda cuando su hijo esté enfermo y que los vacunen. Y como están más alerta de sus alrededores, incluyendo fuentes de ayuda y de amenaza, las mujeres educadas están mejor equipadas para proteger a sus hijos de las amenazas de cualquier tipo.

La necesidad de que las niñas continúen en las escuelas por más tiempo es clara y urgente.

De hecho, UNESCO estima que si las madres llegan por lo menos a educación secundaria inicial en África Subsahariana para el 2030, se podrían prevenir 3,5 millones de muertes infantiles entre 2050 y 2060. Además, si todas las niñas llegaran a la secundaria, se estima que el matrimonio infantil podría disminuir por casi dos tercios en el caso de las mujeres, mientras que se registrarían 59 por ciento menos embarazos en niñas y jóvenes en África Sub sahariana, y el sur y oeste de Asia, que se encuentran entre las principales regiones de acogida de refugiados.

Los beneficios de educar a las niñas son de gran alcance. Muchas niñas hablan sobre el nuevo respeto que reciben en sus comunidades como resultado de haber completado la secundaria, dándoles la confianza para hablar y convertirse en líderes en sus propios derechos. Aquellos que apuntan a una educación superior, como el caso de Esther, actúan como modelos para las siguientes generaciones.

Es más probable que las mujeres con educación secundaria se aseguren de que sus propios hijos asistan a la escuela.

A nivel mundial, por cada diez niños refugiados en escuela primaria, hay menos de ocho niñas refugiadas; en la secundaria, las cifras son peores, con menos de siete niñas refugiadas por cada diez niños refugiados. En las poblaciones donde hay barreras culturales significativas para la educación de las mujeres, la diferencia es muy grande. En Pakistán, por ejemplo, 47 por ciento de los niños afganos asisten a la escuela primaria, comparado con el 23 por ciento de las niñas. Los índices de deserción escolar entre las niñas refugiadas afganas son muy altos, llegando a 90 por ciento en algunas áreas. Como resultado, los índices de alfabetismo para las niñas y mujeres refugiadas en Pakistán es de menos de 8 por ciento. Esto significa que hay pocas mujeres que podrían alentar a más niñas a asistir a las escuelas, haciendo que para cada generación sea cada vez más difícil romper el ciclo.

Esto aún es una posibilidad contra todo pronóstico, y esto se muestra en la historia de una dedicada maestra, Aqeela Asifi.

La historia de la maestra: Ganadora del Premio Nansen para los Refugiados 2015

En 1992, tres años después del retiro de las tropas Soviéticas y con las fuerzas Muyahidín rodeando Kabul, Aqeela Asifi huyó de la capital afgana con su familia y viajó a la aldea de refugiados Kot Chandana, en la provincia Punjab en Pakistán. Cerca de un cuarto de siglo después, ella continúa en exilio.

Como una antigua maestra, le molestaba la falta de educación para las niñas, una consecuencia de la cultura conservadora en la aldea de refugiados, y estaba determinada a enseñarles.

Después de ganar el respaldo de las personas mayores de la villa, ella fue puerta a puerta a persuadir a los padres dudosos a dejarla enseñarles a sus hijos. Ella empezó con 20 estudiantes en una escuela hecha a mano en una tienda prestada, escribiendo hojas de trabajo a mano. Vino más, y la pequeña escuela floreció y  Aqeela la expandió a seis tiendas.

“Cuando inicié esta escuela, no estaba muy optimista sobre el éxito de mi misión”, dijo ella. “Pero cuando miro atrás, siento que he logrado más de los que tenía previsto”.

Ahora, la escuela es un edificio permanente de ladrillos con 159 estudiantes que rodea a Aqeela al inicio del día escolar, mientras intenta pasar la lista. Las niñas, que van de los 6 a los 16 años, son en su mayoría refugiadas afganas que nacieron en Pakistán, pero también hay niñas pakistaníes entre ellas. La escuela de Aqeela ha transformado las vidas de más de 1.000 personas que han logrado llegar al octavo año y que recibieron un certificado reconocido nacionalmente. Ellas han continuado para ser maestras, buscar más educación y apoyar a sus familias, en Pakistán o en su retorno a Afganistán.

Como una antigua maestra, le molestaba la falta de educación para las niñas.

Su esposo, Sher Muhammad, ha defendido su trabajo desde un inicio. “En el futuro me gustaría que (las escuelas) puedan llegar más allá del octavo año, e incluir escuelas técnicas, para que puedan jugar un rol positivo en el desarrollo de Afganistán”, dijo él.

Pakistán es el segundo país de acogida en el mundo, con más de 1,5 millones de refugiados registrados y un estimado de un millón de afganos indocumentados. Pakistán tiene un estimado de 25 millones de niños que no asisten a la escuela, la segunda cifra más grande en el mundo. De la población refugiada en edad escolar, cerca de un 75 por ciento no asiste a la escuela. La República Islámica de Irán alberga a otros 950.000 afganos con más de 360.000 niños refugiados afganos accediendo a  la educación primaria y secundaria, y recibiendo el mismo trato que los nacionales. Desde 2015, todos los niños afganos en edad escolar, independientemente de su condición legal, pueden asistir a la enseñanza primaria y secundaria.

El valiente trabajo de Aqeela le valió el Premio Nansen para los Refugiados 2015, el cual se presenta todos los años en honor a un servicio extraordinario a favor de los desplazados a la fuerza. Inclinándose, mientras hacen sus ejercicios de escritura, ella explica constantemente, corrigiendo y animando. “Cuando se ha educado a las madres, es casi seguro que se ha educado a generaciones futuras”, dijo. “De modo que si se educa a las niñas, se educa a las generaciones”.