La historia de Shelly Pitterman
Joe y Betty Pitterman, 1947.
Mi biografía laboral en ACNUR no difiere mucho de la de otros colegas, con diversos destinos en el terreno y en Ginebra al servicio de las personas refugiadas y del interés del ACNUR, pero mi identidad nace de las experiencias de mis padres como sobrevivientes del holocausto. Nací en Nueva York diez años después de que ellos llegaran a los Estados Unidos. Ellos se conocieron al término de la guerra en un campamento para personas desplazadas en Alemania, adonde llegaron luego de huir, de forma separada cuando eran adolescentes, de Polonia, invadida por los nazis. Mi hermano mayor nació en el campamento. Mis padres llegaron a la bahía de Nueva York con la ayuda de la ONU y de la Organización Hebrea de ayuda para Inmigrantes y Refugiados (HIAS), con tan sólo la dirección de sus primos, que en esos momentos se dedicaban al servicio de catering. Mi madre todavía tiene la vajilla que le regalaron para equipar su primer departamento en Lower East Side de Manhattan, y ella todavía vive a sus 90 años, en la casa de ladrillos que compraron en Queens en 1962. Mis padres trabajaban los 7 días de la semana en su pequeño negocio de ropa para señoras, para poder mandar a sus tres hijos a la Universidad. Ellos mantuvieron su fe y perdonaron; lucharon para salir adelante, valoraron la educación y la ética del trabajo; se identificaron con una comunidad y pusieron a su familia en primer lugar. Como muchos otros refugiados de su época, y de las décadas posteriores, ellos se esforzaron por superar los prejuicios y por reconstruir cada aspecto de sus destrozadas vidas. Ellos recordaron siempre a todos los que murieron en la guerra -y todos sus parientes murieron- y se dedicaron a sus hijos, nietos y a sus tataranietos, y al hacer esto, demostraron que el odio no prevalece y que el propósito del genocidio está condenado al fracaso.
Shelly Pitterman. Representante Regional de ACNUR en Washington D.C.
