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Arriesgando todo para escapar de las mortales pandillas de Centroamérica

Víctimas de la violencia, salvadoreños, hondureños y guatemaltecos huyen de la peor situación de refugiados en la región desde las guerras civiles de la década de los 80.

CIUDAD DE MÉXICO, México, 5 de julio de 2016 (ACNUR) – Carolina*, oficial de policía en El Salvador, trabajaba con una unidad protegiendo víctimas de secuestros y testigos de asesinatos, con el fin de poder llevar a los perpetradores de los crímenes ante la justicia. Pero después, los matones llegaron a ella.

Miembros de una poderosa pandilla la siguieron al trabajo y a la casa, y amenazaron con asesinarla. Obligada a cambiar de casa varias veces, vivía con el constante temor de ser asesinada cuando se salía de la casa.

“Me gustaba mi trabajo porque me gustaba proteger a otras personas. Pero también temía que cada vez que iba al trabajo, dejaba a mis hijos sin saber si iba a volver”, dice.

Al trabajar con la policía, ella había visto, de primera mano, cómo las pandillas asesinan, secuestran, amenazan y extorsionan a miembros de familias, y a menudo llegan a reclutar a sus hijos, quienes a veces continúan en la escuela.

Cuando los miembros de las pandillas comenzaron a acosar a Ernesto, su hijo de 13 años, Carolina sintió que no tenían otra opción más que huir. Sin documentos de viaje, logró sacar US$ 2.000 para pagarles a traficantes y que los llevaran a México, donde los retuvieron en un centro de detención de migrantes, mientras se procesaba su solicitud de asilo.

“cada vez que iba al trabajo, dejaba a mis hijos sin saber si iba a volver”.

Ahora, en un albergue familiar, ella se encuentra entre decenas de miles de hombres, mujeres y niños de El Salvador, Guatemala y Honduras que huyen de la creciente violencia a manos de las pandillas, en lo que se ha convertido la más grande situación de refugiados en la región, desde que un millón de personas huyeron de las guerras civiles en 1980.

Con actividades criminales que también incluyen tráfico de drogas, secuestros, trata de personas, prostitución y robo, el alcance de las pandillas ahora se extiende a través desde los países del llamado Triángulo Norte, hasta el Sur de México y más allá.

Quienes huyen por sus vidas van desde profesionales como Carolina en El Salvador, hasta madres solteras con cinco hijos, como Rosario* de Honduras, quien buscó huir hacia México, junto a sus aterrorizados hijos, después de que miembros de una pandilla quemaran su casa.

“Tomamos varios buses para llegar a la frontera y después cruzamos el río entre Guatemala y México por la noche, nadando, y cargando a los niños pequeños. Tenía miedo de que los niños fueran arrastrados por el agua o que se ahogaran”, recuerda.

El ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, cree que es necesario hacer más a nivel regional para proteger a las personas vulnerables como Carolina, Rosario y sus familias que huyen de la persecución y la creciente violencia en los países del Triángulo Norte.

“Los refugiados se convierten en víctimas de traficantes y tratantes y se exponen a sufrir abusos en el camino”.

“A medida que las vías seguras para buscar asilo disminuyen en esta región, estas personas se convierten en víctimas de traficantes y tratantes y se exponen a sufrir abusos en el camino, mientras a menudo sus necesidades no encuentran una respuesta adecuada”, dijo Filippo Grandi, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados.

Esta semana, Grandi se reúne con socios y contrapartes regionales en una mesa redonda de alto nivel en Costa Rica para forjar una respuesta concertada a esta situación.

“Esta es una situación de protección que requiere una mayor coordinación regional para asegurar respuestas a tiempo y orientadas a las soluciones”, agregó.

La necesidad de una respuesta común también se puso sobre la mesa por el gran número de personas desplazadas de sus hogares por la persecución. Mientras que Carolina y Rosario huyeron de El Salvador y Honduras, las mismas pandillas están persiguiendo personas en la vecina Guatemala, entre ellas Carla*, una mujer trans en de unos cuarenta años.

Luchando con pagar una extorsión semanal, o “impuesto de guerra” de 200 quetzales (US$26 dólares), Carla buscó refugio en México, después de que las pandillas doblaran su demanda a 400 quetzales (US$52 dólares) por semana, una suma que ella no podía pagar.

“Aquí en México me siento respetada y segura, y agradecida por el apoyo del ACNUR”, dijo. 

Por Kirsty McFadden 

*Nombre cambiado por motivos de protección.