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Niñas refugiadas con altas aspiraciones necesitan en primer lugar terminar la escuela

Para 127.500 niños refugiados en Gambella, Etiopía, la falta de fondos para acceder a una educación completa significa que sus sueños nunca se harán realidad.

CAMPAMENTO DE REFUGIADOS DE KULE, Etiopía, 11 de febrero de 2016 (ACNUR) - Antes de que iniciara la guerra y que ella y su familia huyeran, a Nyahok Reath le gustaba ver despegar a los aviones de ayuda de las Naciones Unidas desde el aeropuerto cercano a su pueblo en Sudán del Sur.

A sus 13 años de edad decidió que va a hacer todo lo posible para convertirse en piloto. “Me gustaría ir a diferentes partes del mundo, y ayudar a las personas necesitadas”, dijo Nyahok, que asiste a la escuela primaria de un campamento de refugiados en Gambella, Etiopía, donde ahora vive.

Ciertamente tiene determinación, y su maestra dice que podría seguir adelante con sus estudios. Pero, al igual que con los otros 127.500 niños refugiados en Gambella, la falta de fondos para acceder a una educación completa significa que sus sueños nunca se harán realidad.

En la actualidad, el ACNUR y sus socios sólo pueden enseñar hasta noveno grado, el primer año de la escuela secundaria, en las dos escuelas superiores donde la mayoría de los recién llegados está inscrita. Sin décimo, undécimo o duodécimo grado, las posibilidades de graduarse son escasas.

En casa, en Nasir, en el estado de Alto Nilo de Sudán del Sur, Nyahok era parte de la nueva generación que gozaba de una escuela, desde que en su país se instauró la paz tras décadas de guerra civil. Sus temas favoritos eran matemáticas y ciencias, dijo.

Luego, en diciembre de 2013, el conflicto estalló de nuevo. “Había asesinatos en todas partes. Nadie estaba a salvo”, dijo Nyahok, que caminó con su familia durante una semana con poca comida hacia Etiopía y al campamento de refugiados de Kule, uno de los seis en la región de Gambella.

Ahora es difícil mantener en marcha el ímpetu de sus estudios. Ya, menos de la mitad de los niños del campamento asiste a clase, y debido al hacinamiento en ocasiones hasta cinco alumnos deben compartir un pupitre. Los escuetos edificios sirven de poco para aminorar el calor de 40 grados. No son raras las clases de 150 estudiantes.

Lim Bol Thong, el subdirector de la escuela de Nyahok, enumera los obstáculos que enfrentan sus alumnos. “No tenemos biblioteca, ni libros de texto, algunos estudiantes no tienen uniformes, zapatos, o lámparas para estudiar en la noche”, dijo. “Nos faltan maestros, y tenemos que dividir las clases para enseñar en turnos matutinos y vespertinos”.

No obstante, añade con orgullo, todos excepto uno de los 471 niños refugiados de Sudán del Sur que presentaron los exámenes primarios de Etiopía el año pasado, los aprobaron. A pesar de los retos, su escuela ocupa el segundo lugar en Gambella, y se niega a desanimarse.

“Cuando pienso en ayudar a las personas, realmente me emociono”, dijo en una entrevista en vídeo. “Porque mientras más ayudo a las personas, más crecerá mi comunidad. Y produciré más personas que ayuden a otras personas”.

Jael Shisanya, funcionario del ACNUR encargado de la educación en el campamento, estimó que se necesita US $ 1 millón para expandir al menos una de las escuelas secundarias a un curso completo de cuatro años. Esto tendría beneficios más allá de simplemente la educación.

“Estos chicos son adolescentes: los niños corren el riesgo de ser reclutados por los grupos armados, las niñas el del matrimonio temprano”, dijo Shisanya. “Permanecer en la escuela los protegería, daría continuidad al trayecto formativo ya iniciado y, posteriormente, se generaría oportunidades de medios de vida”.

Nyahok es afortunada porque sus padres apoyan sus ambiciones. No hay prisa para que se case, como dijo su madre Nyanchiok: “Si ella recibe una educación, eso ayudará más a la familia”.

“Mi hija es muy inteligente”, dijo Reath Kun Keat, su padre. “Ella siempre está entre los primeros de la clase. Quiero que se convierta en médico y aunque a ella le gustara ser piloto, no se lo iría a impedir”.

Pero hoy la mente de Nyahok no está tan ocupada con los planes sobre su futuro, sino con los recuerdos de su pasado y las preocupaciones por el presente.

“En Sudán del Sur teníamos suficiente comida, la escuela era buena y teníamos muchas vacas. Pero lo dejamos todo y huimos”, dijo, conteniendo las lágrimas. “Como refugiados cultivamos una huerta para conseguir algo de dinero, pero a veces me preocupo por la comida, e incluso tengo que ir a la escuela descalza”.

ACNUR y sus socios están prestando asistencia a más de 270.000 refugiados sursudaneses que viven en la zona de Gambella, 220.000 de los cuales llegaron desde que volvió a estallar el conflicto en Sudán del Sur en diciembre de 2013.

Angele Djohossou, que dirige la suboficina del ACNUR en Gambella, dijo que ya se solicitaron fondos adicionales para cubrir las necesidades educativas, pero añadió que “sigue existiendo una brecha con respecto a la educación secundaria”.

Si esa brecha se colmara, decenas de miles de jóvenes sursudaneses, incluyendo a Nyahok, podrían volver a ver sus sueños tomar vuelo.

Por Sulaiman Momodu, Campamento de Refugiados de Kule, Etiopía.